Las idas y vueltas del Municipio quiteño en la ya famosa solución vial Guayasamín reflejan fiel y dramáticamente varios de los aspectos negativos de la política nacional. Después de haber defendido a rajatabla el proyecto original, en cuestión de horas y sin una sola explicación cambió aspectos sustanciales. Toda la argumentación técnica esgrimida hasta ese momento quedó sin sustento cuando por boca propia el alcalde aceptó que había otras opciones y que esa no era la mejor. Sin embargo, dado que la construcción está en marcha, queda la duda no solo sobre la factibilidad de introducir esos cambios, sino sobre la manera en que estos afectan al conjunto del proyecto. Resulta muy extraño que, sin suspender la obra, sin revisar el contrato y sobre todo sin los estudios correspondientes, se lo altere en sus componentes fundamentales.

Por tanto, un primer aspecto negativo que se hace evidente es la improvisación. Improvisación en la formulación del proyecto original e improvisación en la introducción de cambios de fondo cuando ya está en ejecución. Se suponía que alguna lección se extraería de casi diez años en que la obra pública se ha hecho con la mira puesta en la ceremonia de inauguración. Penosamente, la lección aprendida ha sido repetir esa práctica y no rechazarla, como correspondería a los anuncios de renovar la política.

Los cambios introducidos serían, según las autoridades municipales, el producto de lo que, agrediendo al idioma, califican como socialización. Serían una muestra de sensibilidad frente a la opinión ciudadana. Pero, muchas personas se han preguntado ya en dónde quedó la tal socialización y en dónde estuvo esa sensibilidad cuando se concibió y contrató el proyecto original. Incluso, qué sensibilidad hubo cuando se trató de responder a la movilización ciudadana con contramarchas y, sobre todo, cuando mandó a amontonar groseramente cajas de papeles para evitar que continúe un diálogo que se volvía inmanejable.

Volver la mirada a la sociedad solamente cuando esta se ha agitado, es otro de los aspectos negativos de la política nacional. Y es una ingenuidad creer que siempre, como ha ocurrido bajo el liderazgo personalista, la ciudadanía puede ser una comparsa que baila al ritmo que se le toca. Que la sociedad existe es algo que no llegan a entender los políticos.

Sería posible enumerar otros vicios contenidos en estos hechos, como considerar a la alcaldía un trampolín para las ligas mayores, la desesperación por dejar herencias faraónicas o la firma de contratos llenos de cláusulas leoninas que pasarán factura en el futuro. En fin, una suma de hechos y actitudes que demuestran el anclaje de la política nacional en sus peores características. En esta ocasión fue el alcalde quiteño, pero él es apenas una muestra de esa manera de entender la política.

Bien por la ciudad que, gracias a su propia sociedad, se salva de la implantación de un mamotreto inservible. Pero eso no alcanza para justificar la reiteración en aquellos vicios de la política por parte del Municipio quiteño que recogió lo peor del pasado partidocrático y del presente revolucionario.(O)