Bueno, ya está: nosotros también tenemos refugiados. Igual que los países más prósperos y humanitarios de Europa y Norteamérica. ¿Acaso ello testimonia nuestro éxito económico y nuestro progreso político y social? ¿O es más bien el efecto de los devaneos de nuestra política exterior y del espejismo que constituye el supuesto “milagro ecuatoriano”? En cualquier caso, la presencia de ciudadanos cubanos en carpas, en calles y parques de Quito, y esperando inútilmente una imposible visa mexicana, es la evidencia de lo que ciertos gobiernos pueden hacerles a sus pueblos. Es la prueba de lo más perverso de la condición humana que aflora con el acceso al poder. Traspasando las fronteras geográficas y temporales, hay un delgado hilo rojo que ensarta a sirios, cubanos, kurdos, venezolanos y tantos otros.

Oficialmente, los cubanos de las carpas no son refugiados “porque no han solicitado asilo ni refugio en el Ecuador”, como lo explicó de manera técnica nuestro pulcro canciller. Son refugiados “sui generis”, acotó. Es decir, son refugiados de tercera, sin derechos, que no tienen la suerte de ser Julian Assange, expulsados por su propio Gobierno y maltratados por el nuestro y por los ecuatorianos. Aunque en Cuba no hay una guerra declarada que produzca muertos, como en Siria, los cubanos de marras también han sido (auto)expulsados de su patria a causa de las condiciones paupérrimas que su gobierno ha creado para ellos. En Cuba no hay bombardeos, pero hay hambre, pobreza, penuria y persecución, igual que en Venezuela. Algo debe querer decir el que nuestra política exterior se haya declarado aliada de los gobiernos cubano y venezolano.

Igual que los ecuatorianos de clase media, los cubanos que han llegado se dividen en dos grupos: los que tienen empleo proporcionado por el Gobierno ecuatoriano como médicos, técnicos o asesores, y los que llegaron sin nada. En ambos casos (cubanos y ecuatorianos), los empleados del Gobierno sostienen –más o menos– un buen pasar, y los segundos están abocados al desempleo y a la pobreza. Pero, además, los cubanos desempleados son explotados por empresarios y comerciantes ecuatorianos, que se aprovechan de sus habilidades a cambio de tratamientos laborales precarios, y en algunos casos son objeto de la xenofobia ecuatoriana. Las condiciones existenciales de nuestros refugiados “sui generis” son miserables al lado de aquellas que mantienen los refugiados venezolanos (de clase media) en algunas comunidades al sur de Texas. Por ese motivo, la mayoría de los cubanos (y muchos ecuatorianos) quiere ir a los Estados Unidos.

Atrapada en su doble moral y discurso, y víctima de sus propios inventos, ¿qué ha sido de nuestra política exterior en esta década supuestamente ganada? Dividida entre el proselitismo gubernamental, las tareas autoasignadas de política interna y las inconsistentes alianzas regionales e internacionales, nuestra diplomacia ha involucionado. Mientras nuestros vecinos ya lograron la suspensión del requisito de la visa para viajar a Europa, nosotros aún estamos en pañales. Mientras nuestros vecinos ya lograron convenientes acuerdos comerciales con Europa, nosotros pendemos de un hilo, cada vez más enredados en la usurera telaraña del Tío Chang. Mientras nuestros vecinos mantienen una política exterior pragmática, nosotros nos contentamos con una retórica vacía, improductiva y mentirosa. (O)