En su clásica obra Cien años de soledad, Gabriel García Márquez decía: “había perdido en la espera la fuerza de los muslos, la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la locura del corazón” y así quedó demostrado el pasado 23 de junio, un día histórico para Colombia y Latinoamérica, ya que después de más de cinco décadas de conflicto armado, el gobierno de ese país y las FARC-EP, la guerrilla más antigua de la región, dieron un paso determinante para la construcción del proceso de paz con la firma de un acuerdo bilateral que será la hoja de ruta para el cese de hostilidades y desarme. El loco corazón que guardaba el ansiado sueño de paz pudo más que la larga espera.

Cómo no celebrar este acuerdo que constituye lo que para muchos es el principio del fin de la guerra, el comienzo de un nuevo capítulo en la historia de la sociedad colombiana que sin duda no estará exento de obstáculos y desaciertos, pero que al mismo tiempo intenta abrir con certeza horizontes de esperanza para las nuevas generaciones.

El camino por la paz es largo y espinoso pero no hay otro, se necesita de un profundo compromiso democrático para superar la desigualdad social que es el origen de la violencia. La sociedad colombiana tiene en sus manos el desafío de seguir trabajando por superar todas las formas estructurales de agresión en sus relaciones sociales, económicas y políticas que van de la mano de la corrupción, la impunidad, el narcotráfico y todas las organizaciones criminales derivadas del conflicto.

Así mismo existe una dimensión que no puede quedar fuera de cualquier proceso social que busque lograr la paz, y se trata de la reconciliación. Tan prolongado fue el tiempo de la guerra que hasta pareció un proceso natural para las generaciones que crecieron en medio de ella y que continúan viviendo las secuelas de sus atrocidades, las miles de historias de fallecidos, torturados, desaparecidos, secuestrados, exiliados y millones de desplazados que dejaron huellas de dolor, odio, resentimiento, intolerancia y desencanto.

Sin duda hay cosas que no tienen reparación a nivel individual ni colectivo, pero en nuestra tarea de reconciliación para crear la paz es necesario trascender al conflicto, levantar la cabeza y recuperar los valores de amor a la vida, de comprensión y de perdón, el único camino que nos permite a los seres humanos ser capaces de mirarnos a la cara y reconocernos en el otro, poder escuchar y entender a todas la partes involucradas y observar en profundidad y totalidad el fenómeno de la violencia. Reconciliar significa también reconstruir el imaginario colombiano desde narrativas que nos inviten a pensar en una Colombia de esperanza, que reinventa su identidad desde la alegría de lo cotidiano y dejar de explotar el relato de la violencia como un espectáculo.

La historia del conflicto armado trascendió las fronteras de Colombia y se convirtió en una herida que afectó a toda Latinoamérica, así mismo, este significativo paso en búsqueda de la paz definitiva nos deja importantes lecciones a todas las naciones vecinas, por un lado en lo que respecta al rol solidario de la comunidad internacional para continuar siendo agentes promotores de paz y, por otro lado, el compromiso de seguir construyendo casa adentro democracias basadas en el respeto a las diferencias, los derechos humanos, la igualdad y justicia social.