Si el feminicidio es el delito que consiste en el asesinato de una mujer por el solo hecho de serlo, ¿existen los androcidios, por análogas razones? Si “es jodido ser una mujer en nuestra sociedad”, ¿es fácil ser un hombre? Desde siempre, la situación de los hombres fue más ventajosa que la de las mujeres en toda la vida social, y ello incluye la persistencia de abusos tolerados e incluso legalmente establecidos contra las mujeres en diferentes países y sistemas. Desde fines del siglo XIX, los movimientos feministas luchan por la igualdad de derechos y oportunidades, pero la situación mundial aún dista de ser equitativa. En nombre de esa legítima reivindicación, la tipificación del feminicidio es un logro simbólico importante. Pero ¿no deberíamos considerar la posibilidad de que los hombres también pueden ser objeto de violencia hasta la muerte, precisamente por el hecho de ser hombres? ¿No podríamos hablar de androcidios en ciertas circunstancias? Veamos.

Ancestralmente, los varones han estado más expuestos a actividades físicas riesgosas incluyendo la confrontación –a veces mortal– con otros hombres. Las razones son biológicas, sociales, económicas y culturales. A la dotación de mayor fuerza muscular se suma el que la hombría “es algo que hay que probar” en toda época y lugar. En cambio, no es indispensable “probar” la feminidad, salvo en códigos culturales cada vez más reducidos donde ella equivale a la maternidad y habilidad doméstica. Así, desde hace siglos, y salvo por las bajas civiles, son los hombres los que encuentran la muerte como combatientes ante otros hombres con mayor frecuencia, en todas las guerras y guerrillas. Solamente desde hace un siglo las mujeres se integran a las filas armadas poco a poco. Por las mismas razones, y en otro orden, los hombres encuentran la muerte antes que las mujeres, como víctimas de la violencia en peleas callejeras o en manos de sicarios, o en guerras entre pandillas adolescentes, juveniles y narcotraficantes. Incluso en el deporte, los accidentes o agresiones que generan muerte o lesiones graves son raros entre las mujeres. Todo ello, por el solo hecho de ser hombres.

Desarticulando un malentendido, “homicidio” no denota el asesinato de un hombre, pues la raíz homo alude a “lo semejante”. Si desde hace siglos y hasta hoy se acuñaron términos como “parricidio, filicidio, uxoricidio y feminicidio”, ha sido para indicar que la víctima no ocupaba un lugar semejante al de su victimario/a. Esta breve reflexión entre feminicidios y androcidios está vinculada a una problemática vieja e irresoluble, aquella de la “guerra entre los sexos”. O como decía Jacques Lacan: “No hay relación sexual”, que no es lo mismo que decir que no haya coito, porque el aforismo implica que no hay relación exacta de complementariedad y armonía feliz y matemática entre un hombre y una mujer, ni entre seres del mismo sexo, lo cual no desmiente que hay parejas estables y relativamente satisfactorias. El viejo problema es la violenta intolerancia de las diferencias entre hombres y mujeres, y sobre todo entre un hombre y otro. Una intolerancia que, en muchos casos, también sugiere la incomodidad con la propia condición sexuada, como en el reciente caso de Omar Mateen en Orlando. Entonces, ¿existen los androcidios? (O)