La libertad de opinión es un tema muy debatido, sobre todo en estos tiempos de agudas luchas políticas en Ecuador y en diversas partes del mundo. Por esto, he recordado un episodio en la vida de Bill Hicks, humorista estadounidense iconoclasta genial, cuyo prematuro fallecimiento privó al mundo de disfrutar de su talento por más tiempo.

En una ocasión Hicks fue duramente criticado por un religioso británico, a propósito de su programa Revelations, difundido por un canal de Reino Unido. Hicks respondió al religioso y entre otras cosas le escribió: “En el país del que procedo, Estados Unidos, existe un concepto disparatado llamado ‘libertad de expresión’, que para muchos es uno de los máximos logros del desarrollo intelectual de la humanidad (...). Libertad de expresión significa que uno apoya el derecho que tienen los demás a expresar precisamente esas ideas con las cuales uno no está de acuerdo (... ). En vista de la cantidad de creencias distintas que hay en el mundo, y dado que sería imposible que todos coincidiésemos en una única creencia, hay que darse cuenta de la verdadera importancia de una idea como la ‘libertad de expresión’. La idea afirma, fundamentalmente, que si bien no me gusta lo que usted está diciendo, ni lo suscribo; respaldo su derecho a decirlo, pues en él radica la verdadera libertad (...). Si hubiera visto mi programa entero (...) habría reparado en la vehemente súplica que hago a los gobiernos del mundo para que destinen menos dinero a la guerra y más a alimentar, vestir y educar a los pobres (...); mi mensaje es un reclamo de entendimiento en vez de ignorancia, perdón en vez de condena, y amor en vez de miedo (...). Le aseguro que los miles de personas ante las que actué durante mis giras, así lo entendieron (...); espero que considere esta carta como una invitación a mantener canales de comunicación abiertos (...), no dude en ponerse en contacto personalmente conmigo con sus comentarios, ideas o preguntas, si así lo desea”. La carta me parece genial, sencilla y humana; por eso vale la pena compartirla. (O)

Jorge Wright Ycaza, abogado, avenida Samborondón