La investigación en torno al ahora denominado Panama Papers devela una antigua trama, como la historia misma de América Latina cuando el pirata Drake se encargaba de emboscar los galeones españoles llenos de oro y plata robados de los indígenas con rumbo a la metrópolis. Era tan efectivo el pirata inglés, que recibió el título honorífico de sir o caballero de la reina. Por esta distinción, algunos prominentes miembros de la FIFA estaban dispuestos a votar a favor de los británicos para que organizaran un mundial de fútbol. El pirata Drake dejaba una porción de la fortuna hurtada en cuevas de las islas caribeñas donde sentaba sus reales. Revistas prestigiosas como The Economist promocionaban por mucho tiempo en sus páginas estos paraísos fiscales o bancas offshore para realizar intermediación económica lejos de los ojos de gobiernos interesados en gravar esos recursos.
Hasta ahí una referencia contextual. Lo que vemos ahora es que ellas se convirtieron en seguros –hasta ahora– refugios de dinero de burócratas internacionales que iban desde Putin, pasando por el primer ministro chino o la cabeza de gobierno de la ignota Islandia. En esta película de la evasión fiscal entraban estrellas de cine como Almodóvar o futbolistas como Messi. La cuestión sorprendente es cómo gobernantes que proclaman la seriedad de sus países eran los primeros en no creer en su propio sistema y operar con recursos conseguidos vía corrupción lejos de la vista de sus operarios administrativos locales. Pero esta filtración nos demuestra cómo se mueven los capitales económicos en un mundo que tiene más de 30 veces más dinero de lo que necesita para gerenciarse, pero que sin embargo solo una pequeña porción de habitantes concentra miles de millones de dólares.
La otra cuestión que habría que analizar en el trasfondo de esta filtración es el motivo. No era que muchos evadieron al fisco sino que gran parte de ese dinero era utilizado para operaciones terroristas, con lo cual afectaban directamente la seguridad de países como EE.UU. y los europeos. Solo un dato, más del 60% del dinero usado por Osama bin Laden para la operación criminal contra las torres gemelas salió de empresas financieras que operaban en el mismo edificio siniestrado. El problema de la corrupción que financia el terrorismo es una cuestión que está en el trasfondo de esta operación periodística que llevó sus buenos años y ahora se expone de manera abierta a los ciudadanos en el mundo. No aporta mucho el saber que Panamá operaba abiertamente en ese campo como lo ha sido Uruguay en Sudamérica. Es cierto, además, que los controles muy laxos e inútiles de las instituciones financieras locales han estimulado esta evasión.
Esto es solo la punta de un iceberg que amenaza a varios gobiernos y empresas metidas en un entramado de corrupción como el de Brasil, donde las operaciones ya superan los 10 mil millones de dólares. Ahora la cuestión es castigar a los sinvergüenzas porque ahora ya conocemos el modus operandi. ¿Quién se animará a poner el cascabel al gato?, es la gran pregunta que queda. (O)
La investigación en torno al ahora denominado Panama Papers devela una antigua trama, como la historia misma de América Latina cuando el pirata Drake se encargaba de emboscar los galeones españoles llenos de oro y plata robados de los indígenas con rumbo a la metrópolis.