Como era de esperarse, la visita de Barack Obama a Cuba, la primera de un presidente estadounidense desde 1928, originó una serie de opiniones, emociones y reacciones encontradas, pues así como a muchos les ha parecido un hito rotundo en la política diplomática de los Estados Unidos, otros, de forma equivocada, percibieron el gesto de Obama como una sumisión al régimen castrista y su indispuesta vocación democrática. En esa línea, resulta apropiado revisar las reacciones de los distintos gobiernos latinoamericanos, cada uno con sus propias lecturas e interpretaciones. También con sus innegables prejuicios.

Así encontramos que Evo Morales ha señalado que la visita dará realmente frutos exclusivamente cuando Estados Unidos devuelva Guantánamo a Cuba y cuando levante también el bloqueo económico, toda vez que “terminar con el bloqueo es terminar con la Guerra Fría” y “devolver Guantánamo es terminar con el colonialismo en América Latina y el Caribe”, agregando que “ojalá la visita no sea parte de un show político bajo ciertos intereses de hegemonía en América Latina”; por su parte, el canciller ecuatoriano –si bien celebró la visita de Obama– expresó que se deben dar muchos pasos adicionales para que podamos hablar de justicia, coincidiendo con el régimen boliviano en el sentido de que Estados Unidos debe levantar el bloqueo a Cuba y que además debe cerrar la base de Guantánamo ya que atenta contra la soberanía cubana. Tales como ellos, podemos sumar en la región otras voces que exigen de forma enfática la necesidad del fin del bloqueo económico, así como el cierre definitivo de la mencionada base militar como responsabilidades básicas que debe imponerse el Gobierno estadounidense.

No dudo que tanto el bloqueo como Guantánamo son dos puntos vitales en la paulatina normalización de las relaciones entre los países, sin embargo, ¿eso es todo? Cuidado con esa visión, ya que sugiere la percepción de que todas las tareas pendientes incumben exclusivamente a Estados Unidos y ninguna a Cuba, como si acaso el país caribeño no tuviese que realizar algún gesto, especialmente en lo concerniente a la apertura democrática. De esa forma, se repite el encendido discurso de que en el diferendo estadounidense-cubano la culpa siniestra es solo responsabilidad de una parte, mientras que la otra es simplemente una víctima más del temido imperio, el paraíso socialista ofendido, siempre con la candorosa versión de la historia en blanco y negro, por un lado los buenos, por otro los malos, argumentándose de forma cínica que así como Cuba no exige un cambio de régimen en los Estados Unidos, este país jamás debería preocuparse de un sistema político que es de competencia soberana del pueblo cubano, por más estropeada vivencia democrática que mantenga.

Limar asperezas históricas y políticas es un desafío en el cual los pueblos se pueden embarcar de manera genuina, respetando diversidades y contradicciones, es natural que así sea. Pero así como pretendemos exigir explicaciones a los Estados Unidos por tan prolongado e inoficioso bloqueo comercial y por el inoportuno mantenimiento de la base en Guantánamo, no deberíamos ser amnésicos respecto de los habituales deberes pendientes por parte del régimen cubano en lo concerniente a la apertura y pluralismo político. Reconozco que debe ser complicado justificar tanto desdén a lo que debe ser una democracia real, pero me parece que ya tenemos suficiente con el amague y peor aún con el mito. (O)