El joven reportero se muerde las uñas. Tiene una inquietud fundamental. Una crisis laboral profunda. Un nudo del cual no sabe cómo salir airoso.

A menos de una semana de estrenado en el equipo ya tiene su primer abismo insondable: “… es que no sé cómo puedo hacer para estar en el grupo de WhatsApp de los ‘comunicadores’”.

Y su hueco insondable pasa a ser mío, con un vacío en el estómago y un desaire tecnológico que me traslada a finales de los años ochenta e inicios de los noventa. En aquella época, tener un dispositivo móvil, una cámara digital con internet incluido, o cientos de miles de accesos con un solo clic era un tema de ciencia ficción inimaginable en el periodismo del día a día.

El problema existencial del nuevo reportero me recordó a Umberto Eco, Ryszard Kapuscinski, Javier Darío Restrepo, Miguel Ángel Bastenier, Álex Grijelmo… sobre todo al maestro polaco Kapuscinski, quien con solvencia explica, en Los cínicos no sirven para este oficio, lo pernicioso del trabajo “en manada”.

Para devolverle la confianza al reportero en formación, hablamos de las consecuencias de hacer el trabajo en “manada” (o grupo de WhatsApp), donde no solo la construcción de una agenda propia pasa al archivo olvidado de las buenas prácticas periodísticas, sino que inconscientemente nos enrolamos en los escuadrones de periodistas que convoca, maneja, dispone, ordena y uniforma el “administrador del grupo”.

Separados por la brecha, para un nativo digital le resulta complejo entender que las bases y el fundamento del periodismo no están atravesados por lo tecnológico: la verificación, la contrastación, la agenda propia, el multifuentismo, la inmediatez, la profundidad, la pertinencia de las fuentes, no se reduce a la cuenta del tuiter, la exposición del feisbuc, el grupo de WhatsApp o el efecto de la selfie con la “noticia” como marco.

Los “comunicadores” –relacionistas públicos los llamábamos– tienen así, en este tipo de “herramientas”, resuelto el problema fundamental de su razón de existir: llenar los medios con boletines y las ruedas de prensa con manadas de diferente linaje.

“Por eso, sobre todo lo que se nos cuenta, leemos y escuchamos las mismas informaciones”, explica el viejo Kapu en aquella obra de cabecera para todo periodista.

Así, el primer problema existencialista de los jóvenes reporteros es tener todo exactamente igual, literalmente, al pie de la letra, que el resto de medios, de noticiarios, de agendas.

Y los problemas empiezan a acumularse en cadena: “Con Facebook y Twitter es la totalidad del público la que difunde opiniones e ideas. En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública. Hoy, en internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio nobel y el periodista riguroso.”

La cita le pertenece al recién desencarnado Umberto Eco en una entrevista publicada por El Mundo a propósito de su novela Número cero, en la que aborda la creación de un nuevo periódico en tiempos de crisis.

Y la entrevista esconde una breve respuesta que nos devuelve las certezas tanto al joven periodista como a su tutor: “No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo”. Y por fin terminamos desconfiando del “grupo de WhatsApp”.(O)