El año que los habitantes de esta parte de la Tierra dieron por terminado fue despedido con humo, ruido y cenizas. El 31, la algarabía de la bienvenida del año y el saludo cordial entre familiares y amigos se acompañaban de un ruido ensordecedor y una humareda que cubrió la ciudad por horas. El 1 de enero, como muchos años, los fuegos artificiales iluminaron el cielo desde el estero Salado. Vivo a sus orillas. Fue un espectáculo grandioso y hermoso. Sin embargo, los estruendos de las explosiones hacían temblar las casas, muchos pájaros amanecieron muertos, sobre todo los pichones de azulejos y las garzas que se estrellaron en el agua huyendo del humo y el ruido. Ni hablar de los animales domésticos enloquecidos y aterrados. Los vecinos que tenían familiares enfermos también esperaban con ansias que el espectáculo se acabara. El estero Salado tiene las viviendas muy cerca, por eso la contaminación ambiental provocada por el ruido afecta mucho.

¿Será esta la mejor manera de despedir un año y darle la bienvenida a otro? Así es la tradición, es la excusa, una tradición que se infla año a año, que mueve capitales, genera empleos, que convierte muchos monigotes en obras de arte efímeras, y que da trabajo a cientos de personas, con el agravante de que si un año se quemó un viejo es de mal augurio no quemarlo el siguiente; con ello la cadena de muñecos candidatos al fuego se amplía cada vez más. Guayas “exporta” a otras provincias.

El fenómeno de El Niño está a nuestras puertas, vemos las catástrofes en otras partes del planeta y sabemos que debemos controlar las emisiones de gases tóxicos.

Habría que encontrar una manera creativa y amigable con la Tierra para celebrar con algarabía la terminación de un ciclo y el advenimiento de otro. Yo imaginaba que podríamos plantar árboles en las veredas. Cuando caminamos la ciudad estos días de intenso calor se miden los pasos, se buscan las aceras que tienen alguna sombra. La ciudad parece pensada solo para quienes tienen autos, no para los que deben recorrerla a pie. Si en vez de quemar un muñeco cada uno sembrara un árbol en la vereda de su casa, al cabo de un año tendríamos otro clima y otra ciudad. El peligro no es que las raíces levanten las veredas, siempre hay cómo escoger árboles que no lo hacen. Madrid cuenta con más de 216.000 árboles en las aceras. Curitiba, París, Montevideo, Buenos Aires, entre las más conocidas, son ejemplos de ciudades con árboles en las calles, no solo en los parques.

Un solo árbol en un año enfría lo que diez aires acondicionados funcionando constantemente. Absorbe 2.900 litros de agua y filtra 28 kg de polución en el aire. Curitiba, en Brasil, ciudad que ha servido de ejemplo para muchas otras, incluida Guayaquil, es una ciudad arbolada.  El concepto es simple. Son las obras humanas –edificios, carreteras, etcétera– las que rodean la naturaleza, y no al revés, como sucede en otros muchos sitios. Curitiba logró en apenas 20 años pasar de 0,5 metros cuadrados de zona verde por habitante hasta los 51 actuales. Esto hace muy atractiva la ciudad y genera ingresos por conceptos de turismo y arriendo.  Y demuestra que plantar árboles y desarrollar ciudades sostenibles no es solo beneficioso para la calidad de vida o la naturaleza, sino para el desarrollo económico. (O)