El histórico acuerdo anunciado el lunes anterior entre Japón y Corea del Sur sobre el uso de esclavas sexuales por parte del ejército japonés antes y durante la Segunda Guerra Mundial muy probablemente no ponga fin a todo debate sobre la horrenda conducta de Japón en esa época.

Pero, si se lleva a cabo fielmente, este debería calmar las fricciones entre dos aliados estadounidenses, inspirarlos a cooperar más plenamente en seguridad regional y llevar cierta medida de justicia y paz a las víctimas y sus familias.

Tanto el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, como el presidente de Corea del Sur, Park Geun-hye, merecen el reconocimiento por buscar poner fin a una disputa que, en años recientes, ha envenenado considerablemente las relaciones entre ambos países.

Bajo ese acuerdo, Abe expresó “sinceras disculpas y arrepentimiento a todas las mujeres que fueron sometidas a experiencias inconmensurables y dolorosas y sufrieron incurables heridas de tipo físico y psicológico como mujeres de consuelo”, el eufemismo japonés para esclavas sexuales. Además, Japón prometió 8,3 millones de dólares para suministrarles cuidado a las 46 mujeres que aún viven. Park prometió que no criticaría a Tokio por el tema nuevamente y destacó que con el acuerdo, el tema estaba resuelto “final e irreversiblemente”.

Los historiadores dicen que al menos decenas de miles de mujeres fueron atraídas u obligadas a trabajar en burdeles que sirvieron al ejército de Japón desde comienzos de los años 30 hasta 1945. Muchas de las mujeres eran coreanas, pero algunas venían de Filipinas, China, Indonesia y otros países asiáticos.

Esta historia de hace 80 años debería haberse resuelto largo tiempo atrás. El hecho de que no fuera así es responsabilidad mayormente de Abe y sus aliados políticos de la derecha que se la pasaron cuestionando la historia e intentando reescribirla. Abe había expresado arrepentimiento anteriormente y prometido respetar las disculpas de sus predecesores por la agresión de Japón, incluido con respecto al tema de la esclavitud sexual. Sin embargo, él siempre agregó vagos calificativos, creando sospechas en Corea del Sur y otras partes de que no tomaba con seriedad las disculpas. Sus palabras esta vez son más persuasivas, pero él debe tener cuidado de no permitir que sus aliados de la derecha lo socaven.

Más allá de reconocer su responsabilidad moral de enmendar las cosas, Japón tenía razones prácticas para poner en paz el tema. Las tensiones entre Japón y Corea del Sur se habían vuelto tan malas que se vieron menoscabados el comercio bilateral y esfuerzos por trabajar con Estados Unidos en la oposición al programa de armas nucleares de Corea del Norte. Esto complicó más la estrategia mayor del presidente Barack Obama de contrarrestar las crecientes ambiciones de China con vínculos más fuertes entre aliados estadounidenses y amigos en Asia. Obama presionó a los dos gobiernos para que encontraran una solución al tema de las esclavas sexuales, aunque claramente Abe y Park decidieron que estaba en su interés optar por la reconciliación por encima de la recriminación.

Algunas de las mujeres coreanas se oponen inflexiblemente al acuerdo porque, dicen, no alcanza a cubrir su demanda de que Japón reconozca su responsabilidad legal por las atrocidades y ofrezca reparaciones formales.

Salta a la vista que nada puede borrar el incalculable daño que la agresión de Japón en tiempos de guerra causó a tantas vidas. Sin embargo, Abe ha ido más allá de lo esperado al aceptar personalmente la responsabilidad de Japón de abordar el pasado y sin consideración a cómo llame su gobierno a ese pago por 8,3 millones de dólares, no hay duda de por qué está siendo pagado.

© 2015 New York Times
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