Comprendo más ahora la novela que publicó con este título en 1831 Honoré de Balzac. En francés se dice peau de chagrin; chagrin, palabra ambigua, puede referirse a una pena, una tristeza, también aplicarse a una piel encurtida con la que antiguamente se empastaban con tapa dura los más valiosos libros. La novela de Balzac se refiere a un pergamino mágico que el personaje recibe. Dicha piel de zapa le permite realizar sus deseos, pero se va encogiendo un poco cada vez que se concretan los anhelos, llegando un momento en que se agotan su tamaño y su poder. La moral de la historia está a la vista: debemos escoger una vida derrochada o una existencia ahorrativa. Baudelaire dirá que “más vale un pecado bien hecho que una virtud tibia”. Modigliani preferirá una vida corta pero intensa (morirá a los 36 años). Por caprichos del destino Mozart fallecerá a los 35, Chopin a los 39, Mendelssohn a los 38, Schubert, de sífilis, a los 31, Pergolesi a los 26, Toulouse Lautrec a los 37. Quizás resulten más gráficas para las nuevas generaciones las muertes de Amy Winehouse a los 28, Curt Cobain a los 27 (champán con Rohypnol), Jim Morrison a los 27, Medardo Ángel Silva a los 21. Podemos escoger nuestros propios placeres, pero es difícil prever el final que nos espera. Honoré de Balzac murió a los 51, poquísimo tiempo después de casarse con la condesa Hanska con quien había mantenido una conflictiva historia de amor durante 17 años. Séneca ya nos daba la fórmula para escoger lo más conveniente, siendo lo ideal disfrutar de la prosperidad sin dejar de ser conscientes de la incertidumbre del futuro, de manera que aunque la situación cambiase para mal, fuésemos capaces de sobrellevarla con facilidad.
Más que pena siento melancolía al recordar aquello. “Ojalá que la espera no desgaste mis sueños”, decía Marylin Monroe; no tuvo que esperar mucho, pues murió a los 36. En realidad la muerte de los demás debería permitir cavilar acerca de la nuestra propia. Vivir es agotar el campo de lo posible, tomar conciencia plena de cada placer, sean los físicos o los espirituales, los afectivos o los sensuales, no consumirnos en odios estériles, pasiones vanas, ambiciones desenfrenadas, envidias tontas, pues los envidiosos sufren mucho más que los envidiados.
Vivir es quedarnos con lo esencial, Miguel Ángel hizo sus cuatro Pietà restando del bloque de mármol lo que sobraba. La vida es combustión, ignición, invierno siberiano que empieza por el cabello, termina blanqueándolo todo. Vivir es inventar cronómetros que marchan al revés, ampolletas de arena que invertimos según nuestro antojo, relojes que se derritan. Dalí pasó toda su vida desafiándola, casi todos tenemos la vejez que merecemos. Vivir es domesticar quimeras, estirar el presupuesto de los sueños. Sabemos que cualquier día inmovilizará nuestra sonrisa el flash de una muerte pocas veces anunciada. Vivir es tomar riesgos por el simple placer de sentirnos vivos. Balzac, cuya partícula merecía un título de nobleza, se volvió inmortal hablando de la cotidianidad. Quizás por eso lo seguimos llamando Monsieur de Balzac. (O)