La semana anterior fue muy intensa, visité algunos colegios donde leí algún capítulo de mis libros. Casualmente en dos de los planteles que visité, leí el mismo capítulo de mi libro Margarita Peripecias, uno que se llama ‘El accidente’, en el que la niña se cae en caca de perro y cuando se lo cuenta a la profesora, esta la castiga por decir malas palabras. La pequeña no entiende nada de nada, para ella las palabras se dividían en bonitas o feas, pero jamás en buenas y malas.
Esta historia, escrita hace algunos años, trajo a mi mente un montón de palabras que a mí me dan escalofrío, no porque sean feas en sí mismo, sino por la manía que tiene la gente de darles un significado que nada tiene que ver con el verdadero; y si esta palabra la usan los burócratas en sus discursos, todo el mundo las utiliza sin compasión porque el poder tiene la capacidad para inventar palabras, cambiar su significado o reformarlas a gusto. A veces acierta como con el término “pelucón”, que lejos de parecerme despectivo me parece gracioso.
No me pasa lo mismo con la detestable palabra socializar. Revisando el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española de la lengua), encontramos dos definiciones para la palabra socializar: 1. tr. Transferir al Estado, o a otro órgano colectivo, las propiedades, industrias, etcétera, particulares; y, 2. tr. Promover las condiciones sociales que, independientemente de las relaciones con el Estado, favorezcan en los seres humanos el desarrollo integral de su persona.
No tengo idea de quién fue el “pilas” que decidió que socializar era sinónimo de informar. Ahora se socializan las leyes, se socializan las reformas a las leyes, se socializan los peligros de una posible erupción del Cotopaxi, etcétera. Me aterra el mal uso de esta palabra, ojalá las autoridades tomaran conciencia y dejaran de incluirla en todos y cada uno de sus discursos.
A propósito de cambiar el significado de las palabras, les cuento que esta es una práctica muy común en los pequeños pueblos. Mi marido, que vive cuatro días a la semana al borde de la erupción, no por su carácter explosivo sino por la cercanía de su propiedad al Cotopaxi, me contó un día que la gente del barrio Boliche estaba muy preocupada por la hija de la vecina Teresa. ¿Qué está pasando?, preguntó Santi a Alberto, su empleado. Nada, patrón, solo que la hija menor de la vecina está traumada. ¿Traumada, pero qué le pasa, qué síntomas tiene, quién le ha diagnosticado?, preguntó él preocupado, porque al parecer la chica lucía saludable y era una pena que estuviera perturbada. Sí, así como me oye, respondió el campesino, varios le han visto y definitivamente está traumada. Santiago insistió en sus preguntas y finalmente Alberto le aclaró todas las dudas; está completamente traumada, insistió, todos los del barrio dicen que se acuesta con el que le propone.
Así que cuidadito con las palabras, no podemos decir que nos causa trauma el mal uso de algunos términos, porque en Boliche estaría muy mal. (O)
No tengo idea de quién fue el “pilas” que decidió que socializar era sinónimo de informar.