Soy una ciudadana común. Mi profesión no tiene nada que ver con política, economía, periodismo, etcétera.

Soy educadora de párvulos, ahora tengo una mediana empresa de confección de uniformes para instituciones. Soy una empresaria-obrera, mi negocio me da oportunidad de mantener una especie de termómetro de lo que sucede en la economía.

Si todo va bien en las empresas, les dan uniformes una vez al año a sus empleados. Si a las empresas no les va bien o se emiten leyes, decretos que van contra de sus inversiones, paralizan sus planes. Los bancos ayudan a las empresas si todo está en orden, tranquilo. Los proveedores son más generosos en tiempo de pago, si respiran justicia en leyes y decretos. Pero no es eso lo que sucede ahora. Pongo un ejemplo, la construcción, base importante de cualquier economía. Tengo clientes de empresas constructoras que están paralizados sus proyectos, no pueden pagar a tanto personal. Estas empresas son las que dan trabajo a miles de obreros y albañiles. El trabajo es lo único que no puede faltar en un país. El trabajo es un regalo del cielo, da dignidad al hombre y si el hombre no lo tiene, lo deshumaniza; no hay escala de valores que valga, aumenta el robo, etcétera.

Se invirtió en campaña publicitaria millonaria para atraer el turismo y funcionó, llegaron “gringos” y compraron departamentos en la playa y en la ciudad Cuenca...; hoy los están vendiendo y los nuevos turistas que vienen solo quieren alquilar. Unos empresarios de bienes raíces dicen que han bajado sus ingresos.

Es increíble lo que puede hacer la palabra emitida sin medir consecuencias, y luego decir que quedará pendiente de decisión.

A mis 65 años ya no me preocupan los corruptos, los ladrones, etcétera; existen en todo el mundo. Me preocupan los jóvenes valiosos que se van buscando nuevos horizontes.

Medito sobre aquellos que oyeron al papa Francisco y se estremecieron de emoción ante su presencia y sus palabras, cuando dijo que lo único que no se le puede quitar a un pueblo es su libertad de expresión.

Un amigo de profesión político me decía lo maravilloso que es que todas las puertas se abran, nadie te dice no. Al oír esta descripción me acordé de los que consumen droga, dicen que es como vivir en otro mundo donde todo es posible. Éxtasis perenne. Una amiga me dijo que para qué escribía si no voy a conseguir nada, “el mundo no va a cambiar por tus palabras”.

Opino que tenemos que analizar por qué nos pasan estas cosas, que tenemos que aprender de estas situaciones. Unos dicen una cosa, ¡la palabra poderosa!, piensan otra, sienten otra y luego hacen otra; no hay coherencia en los actos, por eso hay tantas fallas en los sistemas.

Dicen que científicamente no se puede comprender de dónde salen el pensamiento y los sentimientos. Son un don de Dios, y la palabra por eso debe ser cuidadosamente escogida, porque es poderosa y así como puede traer felicidad, también puede traer desastres de inmensurables consecuencias.

Es hora de sensibilizarse. Corregir errores es de hombres de bien, no significa cobardía; significa tener los pantalones bien puestos para decir van a ver cambios, vamos a rectificar. (O)

Aura C. Álava García,
Avenida Samborondón