El poder que se quiere imponer a la necesidad de diálogo haciendo oídos sordos al clamor popular, con menosprecio y burlas, genera impotencia... rebeldía... desesperación, violencia, cerramiento de carreteras y nuevos levantamientos, respuestas al desafío e irrespeto. Los demandantes necesitan demostrar que también tienen su fuerza.
Qué difícil parece en general en la vida deponer posiciones y abrirse para atender propuestas diferentes y ¡cuánta necesidad tenemos de ser escuchados!
Escuchar es esencial en la comunicación efectiva, una capacidad sensorial que nos permite interactuar no solo con las personas sino con el medio y sus distintos sonidos, ruidos, alertas, etcétera, un ejercicio que permite relacionarnos y satisfacer las necesidades materiales o espirituales, una condición para poder cumplir con las obligaciones de cualquier tipo de trabajo o estudio, un don para apreciar y distinguir el arte musical, el canto, diferenciar los instrumentos, etcétera.
Escuchar es eso y mucho más. Escuchar es una actitud de vida. Estar abierto a recibir y atender la verdad e inquietudes de otro. Es demostrar que tenemos respeto por ese ser humano y le reconocemos su derecho inviolable de expresarse.
Los chinos escriben la palabra escuchar con cuatro ideogramas: el primero representa a los oídos que, por supuesto, deben estar en buenas condiciones; el segundo significa “toda la atención”, sin la cual no es posible recibir ningún mensaje. Si no hay voluntad sincera de atender lo que otro quiere decirnos, podemos estar en silencio exterior pero cerrados al otro, con ideas fijas, respuestas preconcebidas o con preocupaciones sin prestar atención a quien desea comunicarse. El tercero representa los ojos y el cuarto el corazón.
¿Para qué nos sirven los ojos si no se trata de ver sino de escuchar? Pues ellos son los que nos permiten observar el lenguaje gestual: la expresión facial, los movimientos del cuerpo para conectarnos con las emociones y sentimientos del interlocutor. Quienes no oyen usan sus ojos.
Con los oídos también percibimos el tono de la voz y el ritmo... Aspectos que no tiene el mensaje escrito y que es incompleto como el telefónico.
Finalmente, no se puede escuchar sin el corazón, sin abrirnos al otro para reconocerlo como un igual, pues ese es un requisito para la verdadera escucha: la igualdad. Ponerse en el lugar del otro, de sus necesidades, identificar sus dificultades, sus angustias, sus aciertos y fracasos...
El orgullo y la soberbia son enemigos del diálogo porque cierran el corazón y obnubilan la mente. Quien se cree poseedor de la verdad no atiende reclamos y si confronta es para ganar y humillar. Solo Dios posee la verdad total. Entre muchos podemos acercarnos un poco más a lo correcto y configurar una verdad mejor. Dios sí nos escucha.
No escuchar en familia es una forma de maltrato... ¿y desde el poder político, qué será?
¿Cuántos problemas, conflictos, frustraciones, rupturas familiares, empresariales, sociales se evitarían si aprendiéramos a escuchar no solo cuando ya estamos en el límite de una situación sino en el momento oportuno? (O)