También llamado “de Merton-Thomas”, es el de la profecía autocumplida: “Si las personas definen una situación como real, esta lo será en sus consecuencias”. Propuesto hace 90 años por William Thomas, fue revalorizado en la década de los 50 por Robert Merton, y es un tema de investigación en la sociología y en las ciencias políticas. No importa si una situación no es verdadera, pero si la gente cree que lo es, ello determinará sus decisiones y estas tendrán consecuencias reales como si la situación fuera verdadera. El corolario en lo individual y en la lógica de lo inconsciente es que si alguien cree que algo es verdadero, actuará inconscientemente en consecuencia, pero no asumirá su responsabilidad por los efectos de sus actos y culpará a otros.
El teorema de Thomas cobra actualidad en el Ecuador de la así llamada revolución ciudadana, a propósito de las recientes teorías sobre un golpe de Estado, enunciadas por el presidente Rafael Correa y sus voceros. Independientemente de que algunos manifestantes tengan una intención desestabilizadora, la inmensa mayoría de la población protestona desea que Rafael Correa termine su mandato y nos rinda cuentas por ello en el 2017. Muchos aprendimos algo de nuestra historia reciente: tumbar a un presidente no resuelve nada porque lo consecuente puede ser peor que lo precedente. Por eso, las teorías del “golpe de Estado” recién enunciadas por el ministro José Serrano causaron más hilaridad que preocupación entre la población ecuatoriana.
El riesgo más grande para nuestra estabilidad constitucional no proviene tanto de la protesta social como de la insistencia gubernamental en su teoría de la conspiración. En este momento de nuestra realidad política y económica, solamente a dos o tres lunáticos puede interesarles un golpe de Estado duro, blando, semiblando o descremado en el Ecuador. Con esta insistencia y paradójicamente, el mismo régimen está socavando sus propios fundamentos y contradiciendo el gran diálogo nacional que dice proponer. Porque quizás sería más fácil irse antes de tiempo, victimizarse ante la comunidad internacional, y eludir la responsabilidad por el manejo de la crisis política, social y sobre todo económica que se nos ha venido encima a todos. En el fondo, quizás la “solución” no es nueva y probablemente el “autogolpe de Estado” ha sido un mecanismo utilizado algunas veces en distintos tiempos y lugares.
¡Ya dejen de jugar a la inducción de la paranoia colectiva con sus teorías de “desestabilización”, y dedíquense a trabajar! Hasta hoy les fue posible gobernar con todas las condiciones a su favor. Eso les permitió realizar importantes y perdurables obras en beneficio de todo el Ecuador, e incluso derrochar el dinero. Pero no volverán a tener esas ventajas, y los próximos dos años serán cuesta arriba. Esa será la prueba para su capacidad de gobierno. Una prueba que exige cambios radicales en sus decisiones, y renuncias importantes a su discurso y a su estilo, suponiendo que tuvieran la capacidad para rectificar. Pero es necesario, si quieren preservar lo mejor que ha tenido este gobierno y para establecer un precedente que nos ayude a todos a construir proyecto y ciudadanía, en un Ecuador hasta hoy subordinado a la lógica de la contingencia. (O)