Una persona se vuelve amable cuando ostenta una actitud complaciente, adopta la cortesía como norma, sabe sonreír, es pronta a ayudar. Amable significa a la vez digno de ser amado. En el mundo actual muchas personas se encierran en sus problemas, caen víctimas del estrés, bloquean las puertas del posible diálogo, viven enfadadas consigo mismas, con el mundo entero. En realidad un neurótico es alguien que se siente mal en su propia piel, considera que los demás tienen la culpa de ello. Existen rostros abiertos que atraen, caras compungidas que provocan rechazo. La razón casi general es una falta de autoestima, mas puede ser también la insatisfacción afectiva, la inconformidad laboral.

Hace poco quise averiguar precios para la eventual compra de un vehículo, llegué donde un concesionario. En la amplia área de recepción laboraban unas cuatro o cinco secretarias a las que saludé con cordialidad, pero solo vi rostros cerrados tan acogedores como las puertas de una cárcel; el caballero encargado de evaluar mi vehículo prácticamente observó mi auto como un cliente frente a un pescado poco fresco, me adelantó con la mirada que el precio ofrecido estaría muy por debajo de mi expectativa. La expresión del rostro era tan deprimente que hasta me dio pena. Desde luego salí de allí con la intención de nunca volver. Cada día nos topamos con muchos seres humanos que nos atienden en almacenes, supermercados, gasolineras. Decidimos volver o escoger otros sitios donde podamos encontrar una mayor cortesía.

El enojo permanente suele ser mecanismo de defensa. Un ser humano está a la defensiva porque tiene baja su autoestima. Es normal que deseemos proteger nuestro muy personal territorio en una época donde cunde tanta delincuencia, pero tampoco podemos vivir en un clima de incertidumbre, malentendidos que pueden generarse al interactuar nosotros con los demás. Si tenemos el puño cerrado, nadie podrá estrecharnos la mano, no podemos tornarnos agresivos sin motivo ni vernos continuamente amenazados. En muchas ocasiones actuamos de manera automática, sin darnos cuenta de lo que hacemos o decimos para defendernos. Se vuelve agudo el asunto cuando tenemos que usar transportes públicos como la Metrovía, chequeando a cada rato que nuestro teléfono celular se halla a buen recaudo, así como nuestra billetera. Confieso que dejé extraviado tres veces mi celular y alguien me lo vino a devolver, dejé en dos oportunidades abandonada mi tarjeta de crédito en el Bancomático de un centro comercial y de la misma forma quienes la encontraron me llamaron la atención, pero me la entregaron con una sonrisa. Me sucede por ser extremadamente distraído, muy poco práctico. Al mismo tiempo me causa gran alegría saber que todavía existen personas tan honestas, choferes de taxi que devuelven carteras llenas de dólares sin esperar recompensa.

Lo que más aprecio en una persona de cualquier nivel social es la gentileza, porque revela cortesía, evidente abertura mental hacia los demás, total ausencia de absurdas ínfulas. En realidad merecemos recibir de los demás el trato que nosotros les otorgamos. “Keep smile”, dicen los gringos, pues una sonrisa no cuesta nada. (O)