Robin Williams aparecía siempre risueño en las fotografías, no tenía una voz grave, tampoco adoptaba poses de hombre comedido. Cuando le preguntaron si tenía alguna religión, contestó: “Tengo las ideas de un chicagüense protestante, episcopaliano-católico light: mismos rituales, mitad de culpa”, declaración estrambótica que nadie tomó en serio. La película Mrs. Doubtfire narraba las peripecias de un hombre recién divorciado que hacía lo que fuera con tal de estar con sus tres hijos que vivían con su exesposa, incluso disfrazarse de mujer haciéndose pasar por una ama de llaves; Robin estuvo genial, muy divertido en el papel. El 12 de agosto de 2014 confirmaron que el actor fue encontrado ligeramente suspendido en el aire con un cinturón atado al cuello por un extremo y el otro enganchado a la parte superior de un armario en su dormitorio.

Robin no dio nunca importancia a su vestimenta. Tampoco lo hicieron Adán o Gandhi. Diógenes exclamó con suma melancolía: “Es mejor consolarse que ahorcarse”. Robin llegó a decir: “Prefiero morir como un hombre que vivir como una máquina”. También dijo: “Soy un loco que cree que la risa lo cura todo”. En el papel de Patch Adams tomó en serio su misión de divertir a los demás, pero no logró dar a su propia alma razones suficientes como para carcajear.

Solo quienes tienen una idea exacta de su propio tamaño pueden filosofar, mofarse de su propio destino sin necesitar radiografía para imaginar lo que queda de las ínfulas cuando nos despelota la muerte, cuando nos quedamos en huesos y no en cueros. Ricardo Cassis me escribió: “Miles de filósofos han expresado que el sentido de la vida, su significado, es una verdad que está más allá de la ciencia y de la experiencia, una verdad metafísica, pero es una verdad inaccesible para la razón humana”. Ricardo como muchos de nosotros se queda con la angustia existencial a cuestas, como Pascal (“Una de las principales enfermedades del hombre es su inquieta curiosidad por conocer lo que no puede jamás llegar a saber”). El exceso de amor inspira chifladuras, el amor no suele ser circunspecto, las religiones pueden llegar al fanatismo, a la ceguera, lo que tampoco luce muy serio. La duda es la puerta del laberinto, vivimos buscando el hilo de Ariadna que nos permita encontrar la salida. Entre mitologías de todo tipo, creencias de toda clase, nos quedamos en el filo del abismo con nuestras certezas provisionales. Por ello amo a Sócrates (“Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”), a Van Gogh (“Los pescadores saben que el mar es peligroso y la tormenta, terrible, pero eso no les impide hacerse a la mar”). Cito mucho porque todo se ha dicho. Don Quijote con su bacinete se obstinó en perseguir sueños ilusos, Diógenes usó de día una linterna para encontrar al hombre verdadero, amo al ser humano que vive su propia locura, los que se toman en serio no me parecen divertidos. La vida sigue siendo aquel breve delirio que debemos disfrutar intensamente. (O)