La explicación oficialista sobre las manifestaciones es simplificadora, reduccionista y, como siempre, monolítica. La repetición de dos o tres frases que pintan al mundo en blanco y negro, muy efectiva a lo largo de ocho años, es evidentemente inadecuada para esta ocasión. Considerarlas como el resultado de las maniobras de un grupo de pelucones que defienden sus privilegios y mueven a una tropa de ingenuos, es no solamente insostenible sino que les impide comprender la complejidad del problema. Este no se reduce a la reacción por el incremento del impuesto a la herencia. Comenzó con la caída de los precios del petróleo, que impactó en los bolsillos de todos. Siguió con las salvaguardias, que redujo el consumo de las familias y provocó la pérdida de muchos puestos de trabajo. Continuó con la eliminación del aporte estatal a la seguridad social, que instaló una nube de incertidumbre sobre el futuro personal. Para abundar, se profundizó con la estatización de algunos fondos de ahorro. Finalmente, juntaron el tema de la herencia con el de la plusvalía, sin detenerse a pensar en la reacción explosiva que podían provocar.
Es cierto que el incremento del impuesto a la herencia no perjudica directamente a los más pobres. Pero, se necesita estar ciego para no ver el efecto sobre las clases medias. Esos sectores, que se han beneficiado de la bonanza de la última década, han constituido una proporción importantísima en el apoyo electoral al líder y su revolución. A ellos les llega directamente esta medida y sobre todo la que incrementará el impuesto a la plusvalía. El argumento tecnocrático sobre montos y porcentajes no es válido cuando esas personas consideran que lo que está en riesgo es la permanencia dentro de su recién alcanzado entorno social. Una sencilla lectura de las encuestas por parte del ejército de sociólogos y otros especímenes que abundan en las oficinas gubernamentales habría bastado para evitar la imprudencia de juntar todo en el peor momento. Seguramente tenían cosas más importantes que hacer, pero lo cierto es que no previeron la reacción que se produciría.
La protesta se materializó como ha sido tradicional en el país, con la gente en la calle, sin líderes ni programa, sin organización. Las acusaciones de golpismo o de manejo por parte de determinados grupos que actúan en la sombra son parte del libreto de todos los gobiernos, y este no tiene porqué ser diferente. No ha sido diferente. Desde su inicio ha visto fantasmas y muchas veces ha ayudado a crearlos. Ha sido un recurso político que le ha dado resultado, le ha evitado dialogar, buscar acuerdos, hacer concesiones. Pero, eso ocurrió en momentos de auge económico. Ahora las cosas son diferentes. La economía está a la baja y, según todas las predicciones, así seguirá en lo que queda del año. El recurso ya no funciona. Pero, eso no significa que habrá cambio de rumbo, ni siquiera mínimos retrocesos. Ya lo dijo el líder en su informe, esta es una democracia de confrontación, no de consensos. Ese será el camino. (O)