Mucho antes del bizarro incidente ocasionado a raíz del “corte de manga”, “bras d’honneur” o “yuca” dedicado por un menor de edad al presidente de la República, y mucho antes de que la innovadora poderosa Microsoft decidiera incluir en su próximo programa Windows la opción de usar “el dedo” (“middle finger”) en su sistema operativo, tenía la intención de escribir sobre la necesidad de reivindicar el uso de las malas señas, obscenas para unos, apropiadas para otros, pero siempre útiles y gráficas al momento de revelar sentimientos y emociones.
Recuerdo haber leído –o si no lo leí, seguramente me lo imaginé– sobre un episodio que revela la utilidad de estos gestos; se trataba de la historia de un político en el crepúsculo de su trayectoria, quien sintiendo que su legado se diluía en medio de la ambición de sus más fieles seguidores, ordenó a sus familiares que una vez fallecido, su cuerpo fuera exhibido en el velatorio con un detalle singular, cual era que la mano derecha fuera colocada sobre el pecho, haciendo la esclarecedora mala seña del “dedo”. Efectivamente, así ocurrió para sorpresa de quienes acudieron al velatorio y se acercaron al féretro, siendo imborrable la impresión del mensaje claro que se pensaba era dado desde el más allá. El “dedo” representaba el desprecio del difunto hacia quienes habían transformado su legado político en un mero botín de oportunidades.
Más allá de esa historia, es evidente que cada quien puede tener su criterio, repudiando las malas señas, mas creo ciertamente que es preferible soportar un gesto que recibir un insulto o un agravio altisonante. Claro, hay gestos y gestos; la “yuca” o “corte de manga” tiene un significado análogo al del “dedo”, aunque en ocasiones se enfatiza realizando las dos señas al mismo tiempo, siendo el significado básicamente el mismo, más allá de ligeras variaciones, pues en algunos lugares se la interpreta como señal de simple insatisfacción e irrespeto, mientras que en otros es innegable la sugerencia del “jódete”. Por supuesto, tales malas señas terminan siendo candorosas al momento de otros gestos evidentemente irrespetuosos, sin relación alguna con el presente análisis.
En todo caso, estoy seguro de que la historia de las relaciones democráticas sería distinta si las expresiones de ira o descontento entre gobernantes y gobernados se redujesen a un mero intercambio de “dedos” y “yucas”; sería reconfortante, por ejemplo, que ante un gesto así de un ciudadano, el gobernante respondiese de igual manera y viceversa, lo que contribuiría a desfogar tantas tensiones, corajes y malos humores. Y ahí sí, nos ahorraríamos otro tipo de patanadas. (O)