La yuca –‘dar yuca’ o ‘hacer yuca’– o el ‘corte de mangas’ –según el diccionario académico– es un signo visual que, como todo signo, irradia diversas interpretaciones. Hacer una yuca a alguien –generalmente en una contienda que nos ubica en lados opuestos– es de gran efectividad porque la yuca transporta un contenido que se entiende inmediatamente. Al estudiar la organización social de los indios americanos, Claude Lévi-Strauss (1908-2009) halló sistemas de pensamiento con lógicas particulares. Y en El totemismo en la actualidad (1962) explicó que las nomenclaturas empleadas para nombrar los clanes denotaban un orden.
“El mundo animal y el mundo vegetal no son utilizados solamente porque se encuentren ahí, sino porque proponen al hombre un método de pensamiento”, afirmó. Es decir, el hecho de que un clan sea del jaguar y otro de la calabaza se comprende porque las especies naturales no son “elegidas por ‘buenas para comer’, sino por ‘buenas para pensar’”. Parafraseando a Lévi-Strauss, la yuca es buena para comunicar. Es más, es excelente para comunicar: el mensaje viaja casi a la velocidad de la luz. Si el destinatario de la yuca va en un auto, es posible que frene a raya en ese preciso instante. La yuca es definida así: “Ademán de significado obsceno y despectivo que se hace con la mano, extendiendo el dedo corazón entre el índice y el anular doblados. A la vez se levanta el brazo y se golpea en él con la otra mano”. Esta no es una broma barroca; es una cita textual. Y obsceno significa que ofende al pudor, y pudor tiene que ver con la honestidad, la modestia, el recato. Lo que no se consigna, pero que todos sabemos por compartir un código cultural común, es que la yuca, antes que pretender afectar la honra –pues muchas veces está dirigida a un desconocido–, es principalmente un gesto de protesta y de descalificación contra quien ostenta una posición poderosa.
En vocabulario semiótico, la yuca “representa otra cosa”, pues no es exhibicionismo genital ni invitación para una próxima cita. Expresa un contundente rechazo a lo que alguien cree representar y lleva un recado que, por otros medios, no ha sido posible transmitir, pues muchos individuos desoyen peticiones razonables. Dar la yuca es un último recurso extremo frente a la ceguera de quien no ha sido capaz de corresponder a otras formas dialogantes; es un esfuerzo final para comunicarse con un otro a quien no hay cómo hablarle porque ese ciudadano se ha vuelto inaccesible.
La yuca cumple su cometido y existe en nuestra cultura. Forma parte de las contiendas cotidianas. No es personal: el autor de la yuca ya no pretende charlar con el receptor de la yuca. La yuca deviene en un eficaz mecanismo para opinar. Así lo ha entendido Windows 10, de Microsoft, que ha desarrollado el envío de la ‘mala seña’ digitalmente. Noticias recientes acerca de este signo –llamado emoji en el universo de los artefactos inteligentes– afirman que la yuca –no la que se come, sino la que comunica– viene en una variedad étnica disponible en tonos del gris hasta el café oscuro. (O)