Si fuera cierto que hay vida después de la muerte, Eloy Alfaro debería estar dándose vueltas en su tumba. Mientras invocan su nombre para impulsar lo que ellos denominan revolución, echan abajo una de sus más preciadas conquistas. Con el mismo entusiasmo que cantan canciones al Che Guevara se dedican a demoler el Estado laico. Comenzaron con la sustitución de la educación sexual por los valores religiosos, siguieron con el control victoriano del lenguaje en los medios (¡cuidado!, no se les salga decir amante o perra en horario de menores) y ahora siguen con la peregrinación al Vaticano que, dicho sea de paso, devotos como son la habrán pagado con recursos de sus propios bolsillos.

El peregrino que abrió el camino fue el alcalde de Quito. Para ganarle la iniciativa al líder, armó viaje apresuradamente y olvidó su condición de autoridad elegida por una ciudadanía que es diversa en todos los aspectos, incluido el religioso. Como un fiel cruzado se puso a órdenes de la Iglesia, sin recordar que su cargo, como el de cualquier autoridad pública, le obliga a garantizar la acción de todas las iglesias, en plural. Es cierto que en su función específica de administrador de un patrimonio cultural de la humanidad debe cuidar a las iglesias (otra vez en plural) como monumentos históricos y piezas artísticas, pero ello debe hacerlo independientemente de sus creencias individuales y de la actividad específica que se desarrolla en aquellos espacios.

El tercer ejemplo de peregrinaje lo ha puesto el periodismo nacional. Sin el mínimo interés en tomar la saludable distancia que aconseja el más elemental manual de la profesión, han actuado como fieles de una religión y no como comunicadores de los hechos. Llama la atención que los jefes de redacción no acudan a un manual de estilo y a un código de ética para procesar este tipo de noticias. El profesionalismo se ha visto rebasado por las creencias de los reporteros y los redactores.

Sería absurdo negar la trascendencia que tiene la visita del papa para un país de población mayoritariamente católica (aunque si se atiende al preámbulo de la Constitución revolucionaria, parecería que el pachamamismo compite en fieles ya que la antecede en la invocación). Tampoco sería coherente esperar que las autoridades dejaran de ser fieles a sus creencias mientras ejercen sus funciones, pero sí se les debe exigir que se despojen de estas para el desarrollo de las actividades públicas. Esa es una de las condiciones que establece el Estado laico, y es aplicable a todos los campos de la vida. Lo mismo es válido para los periodistas y para los profesores o en general para los educadores. Sus responsabilidades son con este mundo, no con el otro.

Sí, es como para que se retuerza el viejo de Montecristi que dio vida y media por separar a la Iglesia del Estado. Quienes se dicen sus seguidores abjuran del liberalismo en todas sus formas. No son liberales en cuanto a derechos y garantías, en cuanto a valores y en cuanto a creencias. (O)