Hoy finaliza la VII Cumbre de las Américas. Al momento de escribir estas líneas no se conoce una declaración final, pero sí que hasta el momento la atención ha estado centrada en la participación de Cuba por primera vez y la tímida reanudación de relaciones de este país con Estados Unidos, y en la situación venezolana y la tensión provocada por la declaración del presidente Obama de que constituye una amenaza para su país, aunque luego se ha explicado que lo dicho no tiene el significado que se le está dando.

La primera cumbre se realizó en 1994 y desde entonces, la población de los países miembros no tiene una muestra evidente de su utilidad para la vida de los pueblos, a pesar de que el objetivo y el lema de cada reunión han estado identificados con sus problemas. Quizás por eso se ha sentido la necesidad de las cumbres paralelas, este año hay varias simultáneas en Panamá: Foro de juventudes, Foro de la sociedad civil, Foro de empresarios y Foro académico, lo que hace evidente que, al menos, estos sectores no se sienten representados en la cita.

El lema de este año es “Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas”. El enunciado es interesante y si se avanzara en el intercambio de ideas y de propuestas, la cooperación entre los países podría llegar a ser una herramienta de importancia en la búsqueda de la equidad y de la prosperidad. ¿Qué dificulta que así sea? Probablemente, la fragmentación, la formación de grupos de países cuyos gobiernos se identifican entre sí por ideologías similares o por intereses y consideran antagónicos o adversarios a los demás, aunque no necesariamente sea el mismo el sentir de sus pueblos.

¿Entonces qué podemos esperar de esta reunión? Quizás, que ya parezca irreversible la incorporación de Cuba a la comunidad de países americanos y tal vez alguna tímida y diplomática declaración sobre la necesidad de que en Venezuela se abran cauces democráticos para salir de la crisis política, económica y social que está viviendo. También quedará claro que cada año las reuniones paralelas son más y tienen mayor acogida ciudadana. El solo hecho de que se considere necesario realizarlas dice claramente que no se confía en la reunión oficial para que allí se busquen, con sinceridad, puentes que permitan buscar en conjunto lo mejor para los pueblos del continente.

Hasta hace poco se cantaba en las escuelas el Himno de las Américas, atribuido al músico argentino Rodolfo Sciamnarella, que destacaba la unión de los países americanos: “Un canto de amistad,/ de buena vecindad,/ unidos nos tendrá eternamente. /Por nuestra libertad, por nuestra lealtad/ debemos de vivir gloriosamente./ Un símbolo de paz alumbrará el vivir/ de todo el continente americano./ Fuerza de optimismo, fuerza de hermandad/ será este canto de buena vecindad”.

Luego se mencionaban los países y terminaba con un estribillo: “Son hermanos soberanos de la libertad”. La canción tiene algunas décadas, pero ¿estamos seguros de que somos hermanos soberanos de la libertad, más allá del poema y de las reuniones? ¿O solo nos identificamos en una canción? (O)