Los guayaquileños nos hemos caracterizado por proyectar la buena imagen ética y moral, lastimosamente ciertas personas la invadieron y se permitieron abusar de nuestra ciudad cosmopolita.

Todos estamos obligados a ser parte de las soluciones de los problemas y no tan solo voceros de condenas y críticas severas. Hombres y empresarios privados con visión, dieron como fruto la realidad innegable de visualizar a Guayaquil como la ciudad divina y amorosa donde se mezclan guayaquileños con ecuatorianos de muchas provincias y extranjeros. ¿Cuál sería el regalo más ambicionado por Guayaquil?, que el 9 de octubre no existan discursos agresivos, epítetos ofensivos o ironías que no nos van a unir. Quiero un Guayaquil en donde los integrantes y los políticos se acuerden que amándola podemos dejar un legado a la generación que nos reemplazará: evolucionar mentalmente.

Eduardo Jiménez, Guayaquil