Una nueva biografía de Karl Marx es más que necesaria porque su inmenso legado, que ha decidido el rumbo de buena parte de la vida contemporánea, debe interpretarse en tiempo presente. El historiador norteamericano Jonathan Sperber ha escrito Karl Marx: una vida decimonónica (Barcelona, Galaxia Gutenberg & Círculo de Lectores, 2013), que, en esta época de aparentes olas revolucionarias en América Latina, debería leerse con atención. El eje central con que se examinan la vida y la obra del pensador alemán está atravesado por una premisa inquietante: Marx es “una figura de una época histórica pretérita, cada vez más alejada de la nuestra”.
La propensión a santificar a ciertos actores decisivos de la historia no conduce más que a torcer sus planteamientos. Así, al reevaluar las contribuciones de Marx en los campos de la economía, la filosofía y el activismo político, se debe partir del hecho de que el capitalismo del que él hablaba no es el que existe ahora; que la burguesía que él examinó críticamente poco tiene que ver con la clase de capitalistas globales de hoy; que la revolución industrial que informó sus premisas casi en nada se parece al desarrollo tecnológico e informático de ahora; en fin, que Marx pensó su acción transformadora para un hábitat completamente distinto del nuestro.
Sperber elabora un retrato de Marx subrayando la relación entre su vida privada, sus actividades públicas y sus planteamientos intelectuales, y revela significativos detalles del Marx como hijo, estudiante, editor, emigrado, revolucionario, insurgente, exiliado, observador, activista, teórico, economista, hombre privado, veterano e ícono de la revolución mundial. Como no podía ser de otra forma, Marx modificó muchas de sus concepciones en sus 64 años de vida: incluso seis años antes de publicar con Friedrich Engels el Manifiesto comunista, que empujaría a un fantasma a recorrer el planeta, él había adoptado posiciones anticomunistas.
Según Sperber, Marx en realidad era un jacobino que había visto en el modelo de la Revolución francesa el modo de concretar el golpe revolucionario. Es decir, su propuesta de acción se inspiraba en repetir una experiencia del siglo XVIII, lo que hacía de él un retrógrado, pues concebía el futuro en términos de vuelta al pasado. No se trata de descalificar las grandísimas contribuciones de Marx a la gesta transformadora, sino de entender las premisas posibles, e imposibles, en que se basa la actual moda de revoluciones. ¿Seguiría creyendo Marx que la burguesía de hoy es revolucionaria según el curso positivista y evolucionista que propuso para comprender la sociedad?
Marx no es ni el perverso culpable de los males del mundo ni el profeta iluminado que halló, en el siglo XIX, las soluciones para resolver las injusticias del siglo XXI. De hecho, muy poco supo decir sobre cómo iba a ser esa sociedad ideal que imaginó junto con Engels y que iba a ser una especie de pequeño paraíso para la humanidad trabajadora. Los regímenes comunistas que se construyeron con espeluznantes métodos de represión y terror tergiversaron las ideas de Marx. Sperber nos anima a releer, y a estudiar con cuidado, la originalidad del pensamiento de un revolucionario intransigente que no siempre pudo sortear sus propias contradicciones públicas y privadas.