Hoy es Navidad, amo particularmente esta fiesta. Por el ambiente de amistad, ternura, encuentro que trae consigo. Sé que hay otras realidades que lastimosamente conozco bastante bien, amargas, dolorosas, injustas, pero el paréntesis que crea tiene un magnetismo especial. Las verdades más incómodas, las situaciones más dolorosamente conmovedoras pueden permanecer en el seno de la paz y la alegría que estas fiestas traen consigo, con el fondo de los villancicos unos más hermosos que otros. Parece que la corrupción, las injusticias, el mal no tendrán la última palabra ni en nuestra historia ni en nuestro devenir como seres humanos. Que la bondad y la justicia son posibles, y que el amor sencillo, cotidiano, concreto, diáfano terminará por socavar nuestro corazón de piedra y nos esculpirá a la imagen de Dios cualquiera sea su nombre o la manera como lo pensemos, invoquemos o ignoremos.
Todo gira alrededor de un Niño, de los niños. El mundo occidental cristiano se rinde ante ellos y eso me conmueve hasta lo más hondo. No importa si hay otros seres inteligentes, viviendo en otros planetas entre los millones de galaxias de la creación de la que hacemos parte, ni cómo esa realidad que llamamos Dios, en la que personalmente creo, se comunica con ellos. Lo original de esta parte del mundo es que afirma que Dios nació en un Niño, como todos los niños, que necesita abrigo, comida, ropa limpia, y no puede salir adelante sin el cariño y la tutela de sus padres. Y de ellos aprende palabras, gestos, valores y costumbres.
Un Dios tan poco poderoso me fascina. No es fiscal contando pecados, no es hacedor de milagros, más bien los provoca, pues cambia el corazón de los que vienen a verlo, y esas vidas cambiadas producen en cadena cambios sustanciales en los demás. Es tan sencillamente ordinario, trivial, que afirmar que en él se da la manifestación de Dios es romper todos los esquemas, y certezas de lo que creemos importante. Tan llevados como estamos a buscar el brillo, la majestad del poder, las pleitesías y el boato. No pide templos ni lugares especiales, simplemente nace en el tejido humano y desde dentro lo transforma como las células que llevan la sangre a todo nuestro organismo.
En el principio existía la palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. El texto de Juan es extraordinario. La palabra se hace vida en nuestra vida, crea vida, es vida, es Dios. Navidad es la Palabra hecha palabra en el corazón de nuestra historia. Es un torbellino, una vorágine, un imán, es luz y oscuridad, se engendra en el silencio, ese es su caldo de cultivo, y allí nace. Y todo se convierte en palabra. El árbol, el pájaro, las personas, las estrellas, todo lo que alcanzamos a conocer nos habla de diferentes maneras. Por eso los poetas dicen más allá de lo que dicen. Por eso me merecen mucho respeto las palabras. Trato de cuidarlas, mimarlas, y usarlas con cuidado... Cuando las personas se convierten en las palabras que dicen, como el bailarín se convierte en la música que baila, entonces estamos en presencia de un misterio, nace una realidad nueva. Somos tierra que anda y que habla, que piensa y que ama, somos Navidad.