Considero que hay dos tipos de archivo pasivo: uno natural, en nuestra memoria, y otro artificial, que creamos para conservar a nuestro alcance lo que nos parece conveniente guardar.

Entre los segundos, además del “baúl de los recuerdos”, donde se colocan generalmente objetos que son hitos de la historia familiar porque nos enternece la idea de verlos nuevamente “algún día”, se destacan los documentales, donde normalmente van las cartas que recibimos o copias de las que mandamos, postales, fotografías a veces ordenadas en álbumes, publicaciones, en fin, recuerdos que esperamos sean conocidos por otras personas cuando sea menester o se presente la oportunidad.

En cuanto a la memoria que nos proporciona nuestra naturaleza, ya he verificado a plenitud lo que de joven me parecía imposible: que mi papá no recordara episodios deportivos que habíamos contemplado y disfrutado juntos. Bastó que llegara el día en que uno de mis hijos quiso llevarme al pasado respecto de alguna jugada que debía ser un recuerdo común de ambos, para disfrutarla. Entonces sentí igual pena que mi papá… Nuestro “disco duro” incorporado, más allá de nuestro deseo, no reproduce todo lo que allí buscamos.

El debilitamiento o deterioro del archivo natural generalmente preocupa y entristece, no solamente a quien comienza a padecerlo, sino a familiares y amigos, aunque algunos salgan favorecidos porque “felizmente, ya no se acuerda”.

Entiendo que existen métodos para ingresar y conservar mejor y por más tiempo la información que va a nuestra memoria.

Por otra parte, hay archivos artificiales de diversos tipos, generalmente han sido papeles que reposan en carpetas, cajones o armarios, que también se deterioran si no se los cuida prudentemente.

Son de gran importancia especialmente en ciertas profesiones, como la medicina y sus relacionadas, la abogacía, la ingeniería o la arqueología.

Ahora, la nueva forma de preservar información es la denominada digitalizada, que ofrece ventajas, pues necesita menos espacios y es de más fácil acceso; pero siempre será una copia, con lo que eso puede implicar.

¿Será peligroso empezar a confiar exclusivamente en esta tecnología? ¿Y si después ocurre que no se puede acceder con facilidad y a bajo costo a un archivo digital porque los aparatos para “leerlos” ya no se encuentren en el mercado, como nos ha ocurrido con discos de pizarra o cintas magnetofónicas, salvo casos excepcionales?

¿Hasta cuándo, particularmente los profesionales, debemos conservar archivos que pueden necesitar nuestros pacientes o clientes?

¿Son solamente bancos de datos o pueden servirnos como elementos de protección en casos de falsas imputaciones?

¿Y nuestros archivos familiares deben cuidarse para información fidedigna de las futuras generaciones?

¿Unos y otros pueden servir para que se conozcan las verdaderas historias, impidiendo tergiversaciones y malas interpretaciones?

Después de más de 50 años de ejercicio de la abogacía, contemplando tanto papel, le pregunto y me pregunto: ¿importa el archivo pasivo? ¿El suyo y el mío? ¿Hasta cuándo debemos conservarlos? ¿Sería tan amable en darme su opinión?