Nuestro invitado. |

Uno lee lo que ha crecido el Estado y se asombra. La mano visible del altruismo científico está en todos lados, en la educación, en la comunicación, en las finanzas, las telecomunicaciones, por doquier. Una superintendencia para esto, una secretaría para lo otro o hasta un ministerio para todo, lo importante es que haya un santo burocrático para cada milagro socialista por realizar. Nada que una buena ley repleta de bienaventuranzas no pueda curar, siempre que se asigne el presupuesto necesario y se otorgue el poder de doblegar voluntades. Imposición por las buenas, solidaridad por las malas.

Ellos, como quien suscribe, nunca han producido ni un alfiler. Eso sí. Pero, en contraste con quien suscribe, ellos sí creen que le pueden decir al fabricante de alfileres cómo elaborar sus productos, qué precio cobrar, a quién y cómo contratar. Si vende más que los demás, le dirán monopolista; si vende más barato, competidor desleal; si hace o deshace, ellos están ahí para regular. Es que cuando se tiene la certeza de haber descubierto la escalera al cielo del buen vivir, difícil es no verse llamado a obligar a otros a transitarla.

Yo en cambio creo algo distinto: por más libros que yo haya leído, el señor que hace sus alfileres sabe mejor que yo cómo se hacen, cuáles son las necesidades del mercado y cuánto se debe producir en función del precio y demanda de cada día. Unas veces saldrá muy caro el cobre (o lo que sea que use) y tendrá que usar otro material. Otras veces sus proveedores serán chinos, luego malayos y quizá otra vez chinos. Sabrá a quién contrata y en qué términos lo hace. Él o ella sabe lo que le conviene, porque todos los días disfruta o sufre los vaivenes del caprichoso consumidor, del mercado, de todos nosotros. Yo no sé nada de eso, porque me dedico a escribir babosadas como esta, nada más. Pero sé que los alfileres estarán ahí en la tienda, esperándome siempre que yo quiera, junto a miles de productos que tampoco sé fabricar.

Hayek llamaba la actitud de estos generosos iluminados “fatal arrogancia”. Yo uso otro término: gogotería intelectual.

Nuestro amigo, el gogotero intelectual, es como el nuevo rico: está deseoso de demostrarle al mundo lo que tiene. Porque se sabe que quien realiza una maestría en Alterglobalización con mención en Economía Solidaria y Comercio Justo tiene eso que se necesita para cambiar el mundo. Y qué mejor forma de derramar su altruismo elevado a nivel científico que imponiendo su visión alterglobalizadora a los demás, desde alguna institución tecnocrática con mucho poder y recursos. Puede que en el camino esquilmen la iniciativa de algunos emprendedores, quizá de cientos de ellos. Ya, sí. Pero da igual: esos son profanos capitalistas solo interesados en su propio beneficio.

Los gogoteros intelectuales, a diferencia del turro burgués, están dispuestos a sacrificar su valioso tiempo salvándonos de nosotros mismos. Por ello, la sociedad no puede ser roñosa con estos bienaventurados. Les debemos como mínimo sus jugosos honorarios, sus campañas publicitarias millonarias, los honorarios por sus consultorías y las de sus altruistas amigos.

Ellos nos dicen cómo comunicar, cómo comerciar, qué decir, qué estudiar. Sí, Ecuador tiene talento.