Estas tres palabras que se pronuncian tan fácilmente tienen mucha importancia y trascendencia, particularmente en las familias y en otras organizaciones sociales.
Lamentablemente, por diversas razones, en las comunidades o grupos a los que pertenecemos, se nos hace difícil expresarlas, asumirlas, trabajarlas y aprovecharlas dándoles vida, para alcanzar los objetivos que dieron su origen; pero que, al momento, se presentan difíciles o imposibles de lograr, a veces por causa de nosotros mismos, debido a las acciones u omisiones que realizamos consciente y hasta inconscientemente.
Qué difícil puede llegar a ser promover o admitir una conversación en la que se conoce de antemano que van a expresarse ideas o planteamientos que no queremos escuchar, pues nos parecen errados o nos incomodan y que, sin embargo, bien podrían ser, al menos parcialmente, útiles para la convivencia y el logro de las metas comunes, originalmente concebidas.
¡Cuántas ilusiones se frustran! ¡Cuánto bien se desaprovecha! ¡Ah, los arrepentimientos tardíos!
Me animó a escribir estos párrafos conocer que el papa Francisco, en su reciente visita a Asís, ha subrayado la necesidad de la existencia y buen funcionamiento de los denominados consejos pastorales diocesanos y parroquiales, de la Iglesia católica, en los que han de intervenir no solamente los sacerdotes o religiosos sino también los seglares, denominados también fieles laicos.
Francisco los ha calificado: fundamentales. Esto quiere decir que deben estar en los cimientos de la organización, actividad y desarrollo de las células a través de las cuales se organiza, difunde, consolida y misiona la actividad pastoral.
En muchos ambientes esos consejos deben haber funcionado y bien, pero en otros no o simplemente no han funcionado, así que Francisco, conociendo a fondo de qué trataba, destacó la existencia del problema, al tiempo que propuso una solución, que me parece que tiene todo el paternal carácter de una admonición.
Ojalá entre nosotros calen hondo sus palabras y esa semilla fructifique, pues sinceramente hay muchos dones que tienen mujeres y hombres para aportar, fortalecer y mejorar las labores de enseñanza y, sobre todo, la vivencia de la doctrina cristiana, desde la organización parroquial.
Lecciones como la que comento debemos recogerlas, no solamente en su proyección por el aporte que podríamos brindar, usted y yo, a la comunidad parroquial a la que pertenecemos o en otras en las que colaboramos, sino porque deberíamos aprovecharlas para que ilumine también nuestro ambiente familiar y nos permita, reconociendo su realidad, motivarnos profundamente para poner en marcha todo nuestro esfuerzo en procura de la armonía, solidaridad y paz, que anhelamos.
¿Necesitamos espacios que propicien la comunicación, integración y búsqueda de metas comunes, gracias a esfuerzos múltiples compartidos? ¿Estamos dando la debida importancia y aportando soluciones a nuestro frente interno, en casa? ¿Qué estamos aportando en el barrio, el trabajo, la parroquia?
Si tenemos que mejorar nosotros para que nuestra colaboración sea útil: ¿qué debemos hacer? ¿Cómo motivar a los demás?
¿Sería tan amable en darme su opinión?