El viejo concepto marxista del centralismo democrático ha rondado mi pensamiento esta semana, al observar el comportamiento de la Asamblea Nacional durante la discusión sobre el ITT. Salvo los 25 opositores, que en toda su variedad esgrimieron razones para oponerse a la explotación del territorio más biodiverso del mundo, los otros 107 simplemente actuaron como eco repetitivo de las razones gubernamentales; ni siquiera conformaron el coro que en toda tragedia griega actúa como una suerte de narrador externo, que le va dando racionalidad y explicación al drama que ocurre sobre tablas, tampoco se evidenciaron matices alternativos. Es esta conformidad, este lenguaje monótono y repetitivo que trae a la memoria el centralismo democrático. De acuerdo con este, una vez que los órganos superiores del partido deliberan y toman una decisión, esta es llevada con férrea disciplina a la práctica. En la práctica de los antiguos partidos comunistas cada discurso comenzaba con loas a la historia y a los líderes, para luego ratificar lo decidido; luego se paraban y aplaudían. La idea de disidencia, por más sutil que ella fuera, era duramente reprimida. La unanimidad era la regla en las votaciones parlamentarias.
Cuando constato estas unanimidades al interior del partido gobernante, esa disciplina sin fisuras, me pregunto ¿el porqué ello? Mi especial reclamo a algunos de los asambleístas a los que siempre guardé respeto por sus ideas, razonamiento y compromiso; muchos de ellos con militancia histórica, disidentes siempre, capaces de replantearse en diversos momentos sus visiones del cambio, provenientes de diversas facciones y grupos de izquierda, con propuestas de construcción democrática, de apuestas por un país construido por varias voces y no por un coro disciplinado, inconformes siempre. Recuerdo como si fuese ayer las discusiones al interior de Pachacutik, o más atrás del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores, donde siempre se tomaban decisiones con gran dificultad, por el faccionalismo que era propio de la militancia. No se quería fórmulas impuestas, las posiciones debían ser sustentadas en forma y en el fondo, debatidas hasta el final. ¿Qué pasó con esa vieja cultura de la izquierda del país?
Mirando en retrospectiva, el problema viene tal vez de este concepto del centralismo democrático con el que mucha de la izquierda no ha roto; y, en consecuencia, tampoco lo ha hecho realmente con el periodo estalinista, cuando esta visión del partido se impuso a sangre y fuego en los países del Este Europeo, ni interiorizó plenamente el tema Padilla cuando se obligó a un intelectual connotado a hacerse una autocrítica en Cuba, ni con las prácticas revolucionarias de las izquierdas armadas, sean de Colombia, Argentina o Guatemala, que escondieron terribles crímenes, a nombre de la disciplina revolucionaria. Algo impidió que nuestras izquierdas criollas recompusieran la conjugación creativa entre derechos humanos, respeto a la diversidad, democracia, compromiso con la ecología y la justicia intergeneracional y redistribución y justicia económica. No logramos en el país dar el salto que hoy es visible en las nuevas izquierdas del continente, principalmente en Brasil, Uruguay, Chile y de alguna manera en El Salvador. La izquierda en la Revolución Ciudadana no dio ese salto o al menos es muy difícil diferenciarla de las prácticas dominantes del partido de gobierno.