Nuestro invitado | Aparicio Caicedo Castillo

El mandarinato no ha perdido su capacidad de sorprender. Mientras aquí nos marean con frases como “cambio de matriz productiva” y otros eufemismos para vendernos las mismas recetas estatista de siempre, China ensaya un paso decisivo para profundizar la liberación de su economía: la Zona Piloto de Libre Comercio de Shangái. Nada menos que 29 kilómetros cuadrados de libertad empresarial, donde las tasas de interés serán fijadas por el mercado, los impuestos se reducirán y el yuan fluctuará libre, etcétera.

Recién estrenada hace pocos días, esta zona permitirá la liberalización de las finanzas, las telecomunicaciones, los servicios médicos, la cultura y mucho más. El primer ministro chino, Li Keqiang, lo dejó bien claro: “El Gobierno deberá dejar al mercado y a la sociedad lo que estos pueden hacer bien, y concentrarse solo en aquello que le concierne”. Quiere abandonar las recetas keynesianas de estímulos monetarios y subsidios, porque sabe que ellas solo han promovido un déficit de competitividad y problemas estructurales que los ha debilitado.

Li tiene esa manera simple y directa que caracteriza a los chinos: “para que las empresas extranjeras se sientan bienvenidas a invertir, y para que los extranjeros puedan vivir y trabajar en la zona, tenemos que pensar en cómo podemos hacerles sentir como en casa”. Y como es de esperar, las iniciativas liberales del primer ministro han levantado una fuerte oposición interna por parte de los principales afectados: los tecnócratas que se quedarían sin razón de ser en una economía sin regulaciones, y los empresarios parásitos del erario estatal o dependientes de privilegios políticos que se quedarían sin troncha. Ambas especies abundan por Pekín, tal como aquí.

Es una apuesta política que puede significar el salvar a China del estancamiento que muchos pronostican. La iniciativa nos recuerda el experimento exitoso de Deng Xiaoping en Shengzhen, durante los años ochenta, que luego fue imitado en todo el país y motivó el primer despertar del Dragón. La actual sería la versión reloaded.

Y para nosotros es muy importante lo que pase con ellos, porque el mercado chino es nuestra tabla de salvación frente a la autoinfligida pérdida de espacio en Estados Unidos y la Unión Europea. Ameritaría hacer una cadena de oración para que a Carlos Marx Carrasco no se le ocurra declarar paraíso fiscal a Shanghái, dada sus nuevas y permisivas reglas. Aunque tampoco creo que eso pase, porque nuestro Gobierno no puede perder al único financista que le queda. Y a Pekín le interesa seguir prestándonos para cobrar esos jugosos intereses, y además porque esos créditos son una forma de subsidiar en voz bajita a sus empresas en el extranjero (obligándonos a invertir ese billete con sus contratistas).

No quiere decir esto tampoco que China será el paraíso, ni mucho menos. Si bien han tomado muy buenas decisiones en el ámbito económico, en el campo de los derechos humanos tienen estándares cavernarios. Y en libertad de expresión, ni hablar: la censura juega al pepo. Pero los nuevos mandarines saben al menos que la única manera de seguir con el milagro económico es dejar que sean los emprendedores quienes lleven las riendas del desarrollo. En eso nos llevan mucha ventaja, mucha.