Blanco-negro, amigo-enemigo, bueno-malo, revolucionario-contrarrevolucionario. Que los términos medios no tienen cabida es algo que deben recordar quienes promueven la consulta popular sobre el Yasuní. Si no están conscientes de ello, si creen que podrán escapar de la lógica binaria que tan buenos resultados le ha dado al líder, será mejor que se vayan haciendo a la idea de una derrota. Una consulta, sobre el tema que fuese, en las condiciones actuales se convertirá en una decisión acerca de la revolución ciudadana como un todo. El enfrentamiento no será entre la explotación o la no explotación del petróleo en esa zona, sino entre la continuación o la no continuación del actual proceso. No hace falta mucha imaginación para sostener que será así. Es suficiente ver la manera en que se ha manejado el tema en los escasos días transcurridos desde el anuncio presidencial, cuando se ha apelado a dilemas tan falsos como ponerle a la gente a escoger entre el conservacionismo y la pobreza.

Adicionalmente, deben tener conciencia de los efectos que se derivan de un régimen altamente personalizado, en que el gerente-propietario aparece como la encarnación del proyecto histórico. Él sí lo sabe perfectamente y por ello se jugará al todo por el todo. Aunque los otros quieran evitarlo, él se encargará de convertirlo en un referéndum sobre su figura y sobre su permanencia en el cargo. Los argumentos técnicos sobre la deforestación y el impacto ambiental dejarán de tener importancia para una sociedad que hasta ahora los ha valorado, pero que será sometida a una manipulación mediática de las que han creado escuela en estos seis años.

Deberán estar conscientes también, de que aún están pendientes algunos pasos y que el líder tiene recursos que no están al alcance de ellos. Primero, la Corte Constitucional no está sujeta a plazo alguno para emitir su opinión. Segundo, el Consejo Electoral puede demostrar su probada experiencia en la calificación –o, mejor, descalificación– de las firmas de respaldo. Tercero, nada ni nadie impide que el líder convoque en cualquier momento a una consulta con su propia pregunta, lo que desbarataría a la de iniciativa ciudadana. Cuarto, hay un vacío legal que puede ser aprovechado para que él introduzca una pregunta (como la eliminación de los medios impresos) y para que el Consejo Electoral se la acepte. Por último, deben considerar que, ya en la campaña, él es la única persona en el país que puede estar en cuatro o cinco provincias en un solo día, que dispone de todo un emporio de medios de comunicación y que maneja un presupuesto que multiplica por decenas de veces al que pueden conseguir los impulsores de la consulta.

Todo esto no quiere decir que ya la tengan perdida. Hay experiencias previas que dicen lo contrario. Febres-Cordero obtuvo una derrota monumental cuando creía tener asegurado el triunfo. Con la dictadura uruguaya ocurrió algo similar. Pinochet no pudo sobrevivir a una inteligente campaña y a la alegría, como se muestra en No, la película de Larraín que es una inyección de optimismo.