No nos dejemos engañar por este lapso relativo de prosperidad que hemos vivido durante nuestra era. Las ciudades también mueren. Puede ser que no lo hagan con la misma frecuencia que antes, pero aún ocurre. El mundo entero lo corrobora, contemplando en primera fila lo que está ocurriendo en Detroit. Impactan de manera abrumadora las fotos de espacios abandonados y deteriorados que conforman lo que antes fue la cuarta ciudad más importante de los Estados Unidos, y que ahora es una ciudad fantasma lapidada por un escandaloso balance en contra de 18 mil millones de dólares.

Donde antes cohabitaban más de dos millones y medio de habitantes quedan apenas 700.000 ciudadanos. Tal reducción poblacional ocurrió en menos de diez años. Y la cifra. Es como si Guayaquil perdiera la tercera parte de sus habitantes. La antigua capital de la producción automovilística cuenta con 780.000 construcciones abandonadas en su territorio. Apenas el 41% de las vías están iluminadas. Los servicios de recolección de basura son simplemente deficientes y los índices de delincuencia están por las nubes. Las llamadas de auxilio al 911 demoran hasta 54 minutos en ser atendidas. Esto está 30 minutos por encima del promedio de tiempo requerido en el resto de la unión americana.

En su desesperación, las autoridades de Detroit están planteando medidas que poco hacen para alivianar el desbalance de las arcas municipales y que aceleran aún más el deterioro de la ciudad y la estima de sus habitantes. Se ha hablado de vender el segundo parque metropolitano de la urbe, convertirlo en lotizaciones. Las esculturas de los espacios públicos y las obras de arte de los museos están a punto de ser rematadas al mejor postor. Detroit vio su apogeo con el ensamblaje de automóviles; e irónicamente, está convirtiéndose en una ciudad a punto de ser desmantelada.

Detroit agoniza, quizás de la misma manera que mucho antes lo hicieran ciudades como Chichen Itza o Teotihuacán. Sin embargo, en las ciudades mesoamericanas mencionadas resulta comprensible, pues tenían un metabolismo diferente. Se trataba de “ciudades-estado”, cuyos pobladores dependían de las guerras y de la capacidad que tuvieran sus terrenos periféricos de producir suficiente alimento para sus habitantes. La prosperidad conllevaba un aumento de la población, y tarde o temprano se llegaba al punto de desequilibrio, en el cual ya no se puede producir suficiente comida para tanta gente.

¿Qué fue lo que produjo el colapso de Detroit? Definitivamente, no se trató de motivos urbanos. Más bien, me atrevo a creer que fue una dependencia económica exagerada, a un solo campo de producción. Quizás, si Detroit hubiera sido más versátil con su infraestructura industrial, se habría adaptado a la producción de nuevos productos.

Llega entonces la pregunta inevitable: ¿podría Guayaquil, en un futuro no muy lejano, vivir una situación semejante a la de Detroit? Aunque aún lejana, la posibilidad existe. Guayaquil es una ciudad-puerto, cuya efervescencia comercial depende de un río. Si la cuenca del Guayas sigue sedimentándose, y si se siguen postergando los planes de ampliación del puerto, tal como hasta ahora, puede que el futuro nos depare una ciudad estrangulada.