El papa Francisco rechaza el carrierismo en la Iglesia. El papa lo señala también en su discurso programático a los nuncios. El “carrerismo” o arribismo es una vieja polilla de toda sociedad. Se introduce por el resquicio, que deja cualquier poder, que se usa para servirse y no para servir.

Las ventajas terrenas de la pertenencia a un estamento de la sociedad enturbiaron la consagración a Dios para servir. El clero era uno de los tres estamentos de la sociedad terrena: nobleza, milicia, clero. Ya no lo es; sin embargo, quedan algunas huellas, que el papa Francisco llama “mundanidad espiritual”, por ejemplo, los adjetivos principescos acuñados en épocas, que se resisten a pasar: “monseñor”, “excelencia”. Estos adjetivos se han radicado a tal profundidad, que se han hecho sustantivos: muchas personas llaman “monseñor”, mi señor al obispo (señor monseñor). No basta que estos adjetivos vayan desapareciendo. Es mucho más importante que desaparezca la vanidad, a veces unida a lo principesco. Es mucho más importante que desaparezca el autoconvencimiento de que los miembros del clero somos en la Iglesia los de clase A, con el derecho de decidir, sin oír siquiera lo que dice el Espíritu a los otros bautizados.

Jesús, siendo como es, el único grande, se presenta en su realidad de servidor, su “gloria” es la cruz. El arribismo desvanece, en mayor o menor grado, la consagración del sacerdote ministro; impide vivir para servir y orienta a vivir para servirse de la Iglesia. El papa Francisco sabe que esta polilla puede enfermarnos a todos; la descubre particularmente destructiva en nuestros días. Es como un pequeño veneno, que enceguece e impide descubrirlo en uno mismo; que clarifica la visión, para descubrirlo en otros. Es como la trepadora, que busca los troncos robustos para adherirse en ellos. El o la carrerista no tiene una identidad, pues está en permanente búsqueda de otra, que le parece mayor. El carrerista no es fiel a sí mismo, porque no aprecia suficientemente lo que es, desea ser otro; es fiel al tronco que lo sostiene, solamente mientras lo sostiene. La esterilidad del “carrerismo” es fruto de la insatisfacción de ser lo que se es. El papa Francisco invita a lavarnos una y otra vez el corazón; pues el arribismo se inocula calladamente en cualquier momento del camino. El arribismo es más reprochable en nosotros, miembros del clero; pero no es una deformación característica del clero, como lo prueban algunas migraciones de un partido a otro.

El arribismo mancha la dignidad de algunas personas en todos los colectivos. Expreso una convicción surgida de la experiencia. Si un miembro de un Consejo, antes de expresar su opinión o sugerencia, se preocupa solo de conocer lo que le gustará oír al jefe, no tiene la cualidad irrenunciable en un consejero, la libertad. El “carrerismo” o arribismo es una vieja polilla de toda sociedad; es un consejero estéril. Además, es perezoso; pues no acepta el dolor de pensar, de investigar. El respeto a una autoridad exige manifestar libremente la propia opinión sin la pretensión de imponerla. No manifestarla es cobardía, es cálculo, es irresponsabilidad.