Luego de ver el baile de camisas mojadas de estudiantes universitarios, me permití hacer una comparación entre el antes y el después de la infancia y adolescencia. A mis 35 años recuerdo los programas Plaza Sésamo, El Chavo del 8, en los que extraía lo que es correcto e indebido. Ya en colegio, los dibujos animados Ultraman, Los Superamigos...; de ellos aprendí que la justicia siempre debe estar sobre el mal y la importancia de la amistad para un fin común. Programas en vivo como Tiko Tiko, Dr. Expertus privilegiando los valores. En telenovelas, imágenes de desnudos eran inexistentes.

En música, el Meneíto, Macarena, La Conga eran para hacer coreografías entre familias y amigos en cada agasajo, siempre con respeto. Creo que he envejecido tanto o mis principios están discontinuados, al ver las series animadas de ahora como Dragon Ball Z, en las que la pornografía, sangre y violencia fluyen como normal; Rama 1/2, un joven que tiene dos tendencias sexuales; Doraemon, un ser que concede todo a un berrinchudo niño que consigue lo que quiere.

Programas en vivo como Combate, Calle 7, Báilalo, en los que la ropa mientras más corta y más voluptuosas se vean las figuras femeninas es mejor y los conocimientos mentales son nulos, y si los hay, dejan en vergüenza a sus participantes.

Las novelas El Capo, Los 3 caínes..., cursos intensivos para nuestros jóvenes de cómo disparar, huir, traficar y vivir en el bajo mundo o al margen de la ley; Rosario Tijeras, Sin senos no hay paraíso, en las que la prostitución pareciera el camino rápido de adolescentes para tener lo que desean en lo material y perfección estética. Y el género musical con flow de moda: “...cuando estés sola llama... yo llego a tu cama.... Yo voy con mi pana, tú invita a tu hermana...”; “Yo le doy, tú le das, por delante y por detrás... agárrala, pégale, azótala”. “Hágale, papito, dele sin parar... como perro, que mi esposo va a llegar...”.

He querido presentar el escenario de nuestros hijos en la actualidad. Los canales de televisión, las radios, no creo que podamos evitar que presenten estos programas y música, pero sí podemos tener madurez para reconocer el problema, aceptar errores y controlar lo que ven nuestros hijos.

Solo nosotros decidimos si todos estos antivalores ingresan a nuestros hogares. El control remoto está en nuestras manos, queridos padres.

Cristhian Castro Velasteguí,

Guayaquil