Mucho hablamos de la corrupción, en el país y en el mundo. Es tal la preocupación por ella y el daño que causa que algunos organismos internacionales hacen estudios, estadísticas, índices de percepción que pretenden llamar la atención sobre el problema.

Pero ¿qué es la corrupción? Una de las acepciones de la palabra es “acción y efecto de corromper”. La pregunta siguiente es, ¿qué es corromper? Entre otras definiciones, “echar a perder, depravar, dañar, pudrir”. La corrupción daña, pudre, deprava, echa a perder el entramado social. Peor aún cuando se convierte en cotidiana, de tal manera que, por repetida, no parece ya extraña.

Existe la corrupción política, que es el mal uso del poder para conseguir una ventaja ilegítima, generalmente secreta y ajena al bien común. Es corrupción política el soborno, la extorsión, el fraude, la malversación, el prevaricato, el nepotismo y, por supuesto, la impunidad.

La corrupción política es una realidad mundial y no solo de este siglo, es necesario que cada país encuentre los mecanismos adecuados para combatirla, que no son solo los legales y oficiales que deben aplicarse con rigurosidad, sino que también debe haber mecanismos que impidan la impunidad social y que solo se logran cuando los ciudadanos tienen un concepto claro del mal que hace a la comunidad y de la obligación de rechazar y denunciar los hechos de corrupción y a los corruptos.

En el siglo XIV, Dante Alighieri narró en la Divina Comedia un extenso poema, su viaje al mundo de los muertos. Guiado por Virgilio, el poeta romano, visitó el infierno, el purgatorio y el cielo, y va contando magistralmente lo que ve y lo que encuentra en cada uno de los círculos de cada uno de los tres lugares.

El viaje empieza por el infierno, pero antes de penetrar en él encuentra la antesala. Allí hay lamentos, gritos, dolor e ira, son las expresiones de quienes durante su vida no participaron en la lucha entre el bien y el mal. No son recibidos en el cielo porque no hicieron nada bueno, no opinaron, no se pronunciaron, no actuaron a favor del bien. Y no son acogidos en el infierno porque tampoco lo hicieron a favor del mal. Permanecerán eternamente buscando un lugar y no lo encontrarán.

Cuando el viaje sigue y llega al octavo círculo, encuentra a Gerión, que es el símbolo del fraude, tiene cara de hombre justo y cuerpo de serpiente, y en la quinta fosa descubre a los malversadores que sacaron provecho ilícito del desempeño de sus funciones públicas. Ellos permanecerán en un lago de brea ardiente y pegajosa por la eternidad.

Dante vivía intensamente los problemas de su tierra y los conflictos de su época. Conocía su realidad, que no era muy distinta de la de otros lugares y que el tiempo ha demostrado que tampoco lo era respecto de otras épocas. Él expresó lo que, probablemente, muchos de sus contemporáneos y compatriotas pensaban y sentían.

Es posible que muchos de nosotros al leer esta nota estemos pensando en que conocemos a algunos que deberían ir a la quinta fosa del octavo círculo, pero sería bueno también que nos detengamos un poco y pensemos si no somos candidatos a quedarnos en la antesala.