Jesucristo es la fuente de la santidad. Los que son ejemplo de seguimiento a Cristo son declarados santos. Laura Montoya Upegui, fundadora de las Misioneras de María Inmaculada, ha sido declarada un ejemplo de seguimiento a Cristo.

Conocí a la nueva santa en los servicios de sus hijas. Señalo algunos:

El grande obispo César Antonio Mosquera Corral consiguió que la fundadora de las lauritas enviara a algunas religiosas a Imbabura y Carchi, para acompañar especialmente a los indígenas. El obispo Mosquera fue su primer maestro de quichua. Las lauritas llegaron gradualmente a las comunidades indígenas de Sierra, Costa y Oriente. Ellas y yo llegamos contemporáneamente a la Diócesis de Latacunga en enero de 1969. Me ayudaron en diversas comunidades a descubrir y a ahondar los valores de los indígenas. Entonces ellos tenían aún frescas las heridas infligidas en el alma y el cuerpo por el dominio de la asistencia pública. Por eso, para ganar la confianza de los indígenas, se requerían 100 acciones, para perderla bastaba una. Los jefes que, por esforzarse en liberar a los suyos, habían sido llevados al “panóptico”, llegaron a ser amigos de lauritas, de salesianos, del obispo. Desde la ley de Reforma Agraria, pedida también por la Conferencia Episcopal, la liberación de los indígenas se ha ido consolidando lentamente, muy lentamente. La lentitud se debe al racismo, que entumece el alma de indígenas, mestizos y “blancos”. Las lauritas, más con servicio respetuoso que con palabras, asumieron la tarea fundamental, que mantiene su urgencia, la de cultivar en los ecuatorianos la conciencia de la dignidad de los indígenas. En sus costumbres, en sus celebraciones hay la huella del Creador; las hijas de santa Laura Montoya no venían a escribir el evangelio en una página en blanco, sino a clarificar esta huella. Son evangelizadoras y catequistas que parten de la realidad. Muchos indígenas, especialmente cuando hay una gota de sangre de por medio, gastan todo en juicios interminables. La siembra y el cultivo de la paz en la justicia, la búsqueda de unión entre comunidades son una labor preferente de estas misioneras. El quichua ecuatoriano se habla en diversos dialectos.

Un sueño se hizo realidad después de quince años de trabajo. La laurita Bernarda Ortiz encontró en provincias de la Sierra a catequistas indígenas, capaces de escoger las palabras más usadas y comprendidas de los diversos dialectos. Acompañados por el jesuita Miguel Ramos, por el salesiano Antonio Bresciani, fueron traduciendo durante quince años la Biblia, con las palabras comprensibles por el mayor número de quichuahablantes de los diversos dialectos. La mujer que reunía a traductores y biblistas, la que les daba nuevo aliento fue la misionera laurita Bernarda Ortiz en el Centro Nazareth de Latacunga. La traducción final fue revisada por quichuistas. Una finalidad de esta traducción es unir a los pueblos quichuas ecuatorianos. Valorar esta finalidad es signo de identidad ecuatoriana.

La Sociedad Bíblica Católica Internacional asumió los gastos de la lujosa edición. La madre Bernarda Ortiz la ofreció al papa el día de la beatificación de la madre Laura.