Entiendo por compromiso el lazo moral, la obligación que asumimos. Nos comprometemos con nosotros mismos, con la sociedad, con algo superior, con Dios. (1) Nos comprometemos con nosotros mismos a conocer y a cultivar nuestras potencialidades y a corregir nuestras limitaciones. El que sabe y acepta quien es puede comprometerse a dar lo que tiene y a recibir lo que le falta; dar y recibir en orden a una meta o a un objetivo. El compromiso orienta nuestra libertad, pues señala una dirección para el camino de la vida. Si no hay compromiso, la persona carece de ideas y no tiene destino, es como una hoja al viento, es como Clemente, que “va a donde va la gente”. El libertino, al menos, sabe que quiere divertirse. La fidelidad es otra cara del compromiso; la fidelidad con nosotros mismos; es una fuerza interna que, afrontando dificultades, crece. La fidelidad al compromiso no ha de confundirse con la repetición monótona de lo mismo, lleve o no lleve al objetivo que hemos establecido o hemos aceptado; la fidelidad es creativa. Teniendo la mirada fija en el objetivo, el compromiso exige romper con lo que dificulta llegar al objetivo. Este no cambia en lo fundamental; los medios para lograrlo pueden y a veces deben cambiar. De lo anterior se concluye que, para comprometerse, hay que elegir, o aceptar consciente y libremente metas a corto, a mediano o a largo plazo y el objetivo. El objetivo compromete, involucra a las personas en la medida en que es comprendido y valorado. (2) El compromiso a ser lo que somos, abiertos a la integración con otros, comienza a sacarnos del encierro y nos permite ver al otro y vernos a nosotros mismos más allá de los límites del hoy para llegar al objetivo. Observo en este cuadro teórico objetivos diversos: en cuanto al tiempo, unos son permanentes, otros transitorios; en cuanto a la finalidad, unas personas tienden al bien común, otras buscan beneficios individuales. Estas se comprometen con quien tiene poder, mientras lo tiene. Hay tantas personas volátiles. Con estas reflexiones podremos señalar la educación como la formadora de la base firme, del compromiso. Señalo antes unas pocas realidades que, a contraluz, permiten comprender mejor las reflexiones anteriores. (1) Rehuimos compromisos por temor a quedar mal, por suponernos superiores o para criticar negativamente las acciones de otros. (2) Nos hemos acostumbrado a ese irrespeto a otras personas, la impuntualidad. (3) Algunos cambian de partido político, o los multiplican, no por ideas, sino por beneficios. (4) Incumplimos las tareas aceptadas. (5) Nos disculpamos con afirmaciones: “Estoy ocupado”, “Vuelva mañana”, “Se fue el sistema”. (6) Nuestra palabra más usada es “lamentablemente”. Ciudadanos sin compromiso debilitan al país. Estos ciudadanos son fruto de sociedades que se contentan con mediocridades. Estas sociedades son fruto de sociedades sin familias, o con familias en las que no se ha ejercitado el compromiso matrimonial, ni filial, ni fraternal. Sociedades en las que ni escuela ni colegio educan a asumir compromisos. ¡Unos nos empujan; nosotros nos resbalamos, aceptando irresponsablemente una educación irresponsabilizadora!