Había un mundo distinto para Ángel, de 10 años, antes de que una bala se le alojara en la cabeza. En ese mundo, su abuelita estaba viva, él jugaba fútbol e iba a clases, como de costumbre, y tenía el ojo derecho intacto, no una prótesis como la que tiene ahora.
La noche del 7 de mayo ese mundo cambió. En la parroquia Eloy Alfaro, en Manta, Ángel iba sentado en la camioneta de su padre y se dirigía a comer una hamburguesa. Eran las 19:00. De pronto, se escucharon disparos.
En una calle apenas iluminada, sicarios llegaron a matar a un adolescente de 17 años. El cuerpo del joven quedó tendido al borde de la vereda, cubierto luego por una sábana blanca y, a los pocos minutos, rodeado de curiosos.
Publicidad
En medio del caos, una bala perdida encontró a Ángel. Entró por la ventana de la camioneta y se alojó en el ojo derecho del niño. Su padre se dio cuenta y, desesperado, tomó rumbo al centro de salud de la zona. Allí una ambulancia estaba estacionada y lo subieron inmediatamente.
El niño fue llevado al hospital general. En ese lugar, los médicos corrieron contra el tiempo: a las 22:00 comenzaron a operar y no terminaron hasta las 04:00. Pero la batalla apenas empezaba.
Ángel necesitaba un neurocirujano pediátrico, así que lo trasladaron a un hospital de Portoviejo. Allí lo volvieron a intervenir.
Publicidad
Su madre, Diana Sánchez, ha pasado un mes y dos días aferrada a la fe. Diana tiene la voz suave y cansada, como si cada palabra llevara el peso de sus lágrimas. Ella cuenta que han sido momentos difíciles. “Han sido días de angustia, pero también de milagros”, agrega.
Ángel, su “chocolatito”, ha comenzado a moverse. La mano izquierda le tiembla con vida, la pierna derecha trata de responder. Los médicos, asombrados, hablan de un milagro: el niño que despertó contra todo pronóstico. Pero el costo es alto. La bala dañó parte del cerebro y le arrebató la vista de un ojo. Una porción del cráneo ya no está, y en el futuro necesitará cirugías y una prótesis craneal.
Publicidad
#Manabí | La violencia en #Manta no cesa y la ciudad enfrenta una escalada de asesinatos que golpea a una población cada vez más joven. https://t.co/CqSCKny0Gb pic.twitter.com/9joiTgIrjH
— El Universo (@eluniversocom) May 19, 2025
En el hospital, Ángel pregunta por qué está allí, pero no sabe la verdad. Por ahora desconoce que una bala, destinada a otro, cambió su vida. Nadie tampoco le dice que su abuela, ‘mami Carmen’, ya no está, que murió.
Diana, con el alma partida, recuerda ese día: mientras su madre moría de cáncer, ella estaba con su hijo en una camilla sosteniéndole la mano. “Tuve que correr de Portoviejo a Manta, sabiendo que mi mamá se fue y mi hijo estaba grave”, murmura. Hace apenas quince días, Carmen falleció y dejó un vacío que Ángel aún no conoce. Él, que la adoraba, ha dicho que quiere volver a casa para visitarla, sin saber que solo encontrará su ausencia.
En el distrito Manta, según datos policiales, en lo que va de 2025, 217 personas han sido asesinadas, entre las víctimas hay cinco niños de 4 meses, 2, 4, 6 y 8 años y al menos ocho adolescentes de entre 15 y 17 años.
En la parroquia Eloy Alfaro, donde vive la familia Sánchez, se han dado varias balaceras, por lo que los vecinos evitan salir al anochecer. “Da miedo llevar a los niños al parque”, confiesa Diana. “Uno los encierra en casa para protegerlos, pero ¿hasta cuándo?”, manifiesta.
Publicidad
A pesar de todo, Ángel resiste y se mantiene estable. En la unidad de cuidados intensivos (UCI) recibe terapias para recuperar el movimiento. Su inteligencia, que antes brillaba en las clases de matemáticas y en los partidos de fútbol con amigos, ahora se aferra a pequeños gestos: una palabra, un apretón de mano.
Diana, que dejó su trabajo para cuidar a su madre y ahora a su hijo, lo describe con orgullo: “Es sociable, cariñoso, mi único tesoro”. Su esposo, el sostén económico de la familia, trabaja sin descanso en una ciudad que no da tregua.
El futuro es incierto. Ángel necesitará terapias en casa y, con el tiempo, una prótesis craneal.
“Dios ha hecho un milagro”, declara Diana, mientras que en el hospital, donde la vida y la muerte se rozan, Ángel sigue soñando con correr tras un balón, con volver a casa, con el mundo que dejó antes del 7 de mayo; ese mundo donde su abuelita Carmen está viva y él no ha perdido un ojo por la violencia criminal. (I)