Lucía Topolansky señala con naturalidad el árbol donde hace unos días depositó las cenizas de su marido fallecido, el expresidente de Uruguay José “Pepe” Mujica.
“Ahí”, dice sobre el secuoya de unos 10 metros de altura a un lado de su casa en una chacra de Montevideo, “hice una actividad absolutamente íntima entre él y yo, nada más”.
La muerte de Mujica el 13 de mayo marcó el fin de una “relación profunda” de pareja, que comenzó a inicios de la década de 1970 cuando ambos integraban el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T).
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Topolansky, nueve años menor que él, se unió a esa guerrilla urbana de izquierda y abandonó los estudios de arquitectura.
Sufrió dos detenciones y, al igual que Mujica, fue víctima de torturas y liberada por una ley de amnistía en 1985, cuando Uruguay recuperó la democracia que había perdido en un golpe de Estado en 1973.
Se fueron a vivir juntos a la chacra, nunca tuvieron hijos y realizaron una carrera política extraordinaria.
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En entrevista con BBC Mundo, Topolansky repasa detalles de su vida en común, de la suya propia y de lo que ha significado para ella la partida de su compañero de tantas décadas.
¿Cómo han sido estas últimas semanas para usted?
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Un aluvión de cosas previsibles.
Hace un año, cuando se detectó la enfermedad, por la edad de Pepe y por el tipo de enfermedad, siempre tuvimos la sospecha de que no se avecinaba un tiempo eterno. Podía ser más, menos, pero…
Entonces fue un año en que uno fue pensando una cantidad de cosas, cerrando cosas. Y ahora empieza otro tiempo.
En ese momento tomamos algunas decisiones, porque no teníamos la posibilidad humana de tocar la melodía en todo el teclado.
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Dijimos: “En la militancia política, que es una de las razones profundas de nuestra vida, de nuestro matrimonio, de nuestro compromiso, vamos a hacer un paréntesis y vamos a dedicarnos a la familia”.
Y fue lo que hicimos, de común acuerdo.
Eso no quiere decir que me haya desentendido, porque uno ve las noticias, pero es como si mirara todo desde un balcón. No es lo mismo que estar en el ruido.
Ese paréntesis pasó y ahora hay que reconstruir. Voy a cumplir 81 años en setiembre. Y a la edad que tengo es peligrosísimo quedarse quieto, porque uno se hunde.
Entonces retomé mi rutina.
Tenía una abuela migrante que siempre añoró volver a su tierra y no pudo, que decía que “las rutinas te salvan”. Y la verdad es que te salvan, porque retomas el cauce de la vida.
¿Y cuál es su rutina ahora?
Tengo una cantidad de tareas pequeñas para el mundo, pero importantes para mí, que me ordenan el día si no tengo que salir.
Hace 40 años que nos mudamos a este lugar y siempre el trabajo en la chacra tenía que ver con horarios, con el amanecer temprano para que rindiera el día. Eso lo mantengo.
Me gusta tener un ratito para tomar mate. Oigo el informativo, porque uno tiene que arrancar el día teniendo una idea de lo que pasa.
Y empiezo con el trabajo, con las gallinas: tenemos un plantel lindo de gallinas para el autoconsumo. También me encargo de secar las semillas y guardarlas para el año siguiente.
Ahora empecé a salir de vuelta. Después almuerzo y en la tarde trato de tener un espacio de lectura.
Estuve muchos años en el Parlamento y estoy trabajando en apoyo a legisladores nuevos, de aconsejar o trasladar experiencia.
Así se me va el día. Trato de llegar cansada, porque es bueno dormir bien. El sueño es como la música, son cosas reparadoras.
Además se está encargando de los papeles de la chacra, ¿no?
Sí, esta chacra cuando la compramos Pepe quiso que estuviera a mi nombre, porque siempre decía: “Tú sos más joven que yo y yo me voy a ir antes”. Entonces no tengo que abrir una sucesión.
Voy a iniciar con unos muchachos para que continúen algunos trabajos que estaba haciendo Pepe, para que no quede esto como como un baldío, sino que tenga un sentido.
Esto en mi testamento, que ya lo tengo hecho, va a ir para la organización política, que ya se puede ir instalando para tener un ámbito donde concentrar compañeros para formación política, para aprender alguna cosa vinculada con la cuestión agraria. Iremos viendo.
Yo voy a seguir viviendo acá, porque acá llegamos hace 40 años y acá me moriré.
¿Pepe en su vida privada era ordenado o desordenado?
Depende del rubro.
Por ejemplo, era sumamente cuidadoso de las herramientas: que no se vaya a perder esto, que si va a usar una sierra que esté afilada… Era tremendamente prolijo de los tiempos para sembrar, de los plazos que nos da la naturaleza.
Después en esta casa muy pequeña podía perder un papel y no encontrarlo más. Entonces recurría mí. Me decía “Prolijini”… “A ver, Prolijini, dónde estará un papelito que escribí así o asá”. Y yo en general lo encontraba.
Y si yo no estaba y él se cocinaba, lo mismo podía comer de la olla; ni se molestaba en poner el plato.
En la última entrevista que tuvimos con él acá, en noviembre, nos dijo que vivía gracias a usted, que fue “mucho más que una compañera” para él. ¿Quién fue Pepe Mujica para usted?
Mirando el mundo de hoy, diría que tuvimos suerte, porque ahora veo que las parejas duran un suspiro. Pero no sé si es suerte.
Nosotros construimos una relación en base a entendernos, a conversar muchísimo, a tener los mismos objetivos, las mismas cosas. Y eso nos sirvió para apoyarnos en las buenas y en las malas.
¡Nadie me quita lo bailado!: pude bailar esto... Esto no fue una relación pasajera de ocasión. Nada de eso. Fue una amistad y una relación profunda, en todo sentido de la palabra.
Me gustaría ser escritora, poeta, para poder expresarlo con palabras, pero en síntesis es eso.
No sé es si la velocidad del mundo moderno, la globalización, la tecnología… Estamos en un cambio de época y hay algo que culturalmente está cambiando.
Entonces a veces la gente ve como una rareza que una relación pueda durar sólidamente tantos años. Yo no lo puedo explicar. Simplemente lo viví. Y ahora lo vivo en el recuerdo.
¿Cómo fue su infancia?
Como como la mayoría de los uruguayos, desciendo de familias de inmigrantes.
Mis abuelos paternos llegaron de lo que había sido el imperio Austrohúngaro tardíamente, a fines del siglo XIX. No vinieron al Río de la Plata disparando de guerras ni persecuciones, sino por negocios.
El padre de mi abuela tenía una galería de arte en Viena y puso una galería de arte en Buenos Aires. Le fue muy bien, pero no le gustaba para vivir en Buenos Aires y se vino a Montevideo.
Y mi abuelo llegó trabajando para una empresa alemana que colocaba molinos de viento para extraer agua para riego.
La familia de mi madre vino desde Castilla. Mi abuelo era juez de paz y después, como mi abuela había heredado unos campos, se dedicó a trabajar la tierra.
Era un hombre maravilloso.
¿Y sus padres?
Mi padre era ingeniero, el típico profesional capa media del Uruguay.
Era del Partido Colorado, que había sido un partido de avanzada que, aunque luego tuvo otra deriva, dejó una huella muy profunda.
El expresidente de sus filas José Batlle y Ordóñez es la figura más importante que ha tenido la historia del país después del héroe libertador Artigas. En su pensamiento hay cosas que aún hoy tienen una vigencia brutal.
Fue él quien separó la Iglesia del Estado.
Este país es el más laico de toda Latinoamérica. Le cambió todos los nombres a las cosas: a lo que se le llama Semana Santa, acá se le dice Semana de Turismo, o de la Cerveza, o de la Vuelta Ciclista; al 8 de diciembre, que es el día de la Virgen, le puso día de la playa; al 25 de diciembre, día de la familia. Todo así.
Armó un caos muy lindo. Fue revulsivo Batlle y Ordóñez. Sacó todos los crucifijos de los hospitales.
Mi madre había hecho la escuela, le habían enseñado algunos idiomas, a tocar el piano, y como era una gran lectora, se auto culturizó mucho. Pero todo autodidacta, porque siempre fue ama de casa, aunque hizo algunos trabajos de costura.
Como era creyente, ella estaba con los demócratas cristianos e ingresó tempranamente al Frente Amplio.
Fue por ella que fui a un colegio de monjas dominicas.
¿Usted llegó a creer en dios?
Sí, cuando era niña uno cree en lo que le dicen, aunque siempre me di cuenta que había una contradicción en mi familia, porque mi madre iba a la iglesia y mi padre no.
Entonces yo hacía esa pregunta, pero eran difusas las respuestas de los adultos. En la casa y en la escuela.
Así que nunca me he fanaticé con una religión. Y en la medida que crecí, me fui separando.
¿Cómo se integró a la guerrilla de los tupamaros?
Uruguay es un país de base agropecuaria que durante las dos guerras mundiales tuvo un periodo económico interesante y desarrolló toda la industria de sustitución.
Pero terminadas esas guerras, con el proteccionismo brutal por parte de Europa y Estados Unidos, la industria uruguaya sufrió un disparate y los precios se vinieron abajo.
Esa crisis, que se llevó a Perón en Argentina, acá pegó sobre el Partido Colorado, y fue generándose un clima que termina en un movimiento obrero muy bien organizado y un movimiento estudiantil muy poderoso, que también veía el desastre.
¿A través del movimiento estudiantil se integró a la guerrilla?
Sí, y explico el contexto porque en ese momento Uruguay no era como lo quieren pintar algunos, una primavera donde cayó un rayo. Uruguay tenía conflictos.
Cuando estaba en el liceo empecé a trabajar con un grupo de la Iglesia en el ámbito social, en la periferia de la ciudad, sobre todo de Montevideo.
Y me di cuenta que había más de un país: había gente que emigraba del interior porque se quedaba sin trabajo, buscaba una oportunidad en la capital y, como no tenía la posibilidad de alquilar una vivienda, se asentaba allí.
Empecé a militar en el movimiento estudiantil y a partir de ahí me integro.
Soy de la generación para la que la revolución cubana fue un impacto. Al mismo tiempo aparece el movimiento de los No Alineados en el mundo, la liberación del Argelia y la guerra de Vietnam.
Su hermana melliza, María Elia, también perteneció al MLN-Tupamaros. ¿Quién entró primero, ella o usted?
Ella se vinculó antes, pero por un camino diferente. Y nunca militamos juntas porque era una organización clandestina, compartimentada.
Ella después se abrió, estuvo un tiempo en otra organización y luego volvió. Así que no compartí nada de eso con ella.
¿En la guerrilla tupamara usted tuvo un rol específico?
Yo trabajaba en una financiera colateral del Banco de Crédito, y por una denuncia de evasión de dinero que hicimos cayó un jerarca importante del banco que era ministro del gobierno.
La banca Rockefeller, que en el exterior respaldaba a ese banco, los rezongó bastante. Hubo mucho ruido en la plaza financiera.
Carlos Real de Azúa (un intelectual uruguayo) nos definía como políticos con armas; nosotros no teníamos uniforme, comando, nada de eso.
Después, sin fundamento, cuando a mí me procesan me ponen la pena máxima.
Con los años me di cuenta de que si tenés cinco madres podés matar a las cinco y al capitalismo no le importa. Ahora, te metés con un banco y te crucifican.
¿De cuánto era la pena máxima?
De 45 años.
Fue presa y, como Mujica, se escapó de la cárcel…
Fui dos veces presa. La primera me escapé. Volví a caer y la segunda vez salí con la ley de amnistía.
¿Cómo se escapó?
Por un túnel que hicieron los compañeros desde la cloaca, porque la cárcel estaba en una zona urbana. Cavaron un túnel hasta abajo de las celdas y nos fuimos.
Mujica solía decir que el período de cárcel y tortura probablemente fue el que más le enseñó, porque le ayudó a conocerse a sí mismo. ¿Lo mismo para usted?
Yo tuve aprendizajes diferentes, porque nunca estuve en soledad como él. Siempre estuve en colectivo. Y es distinto.
Alguna vez su hermana María Elia dijo que “el MLN tendría que hacer un balance autocrítico: ubicar en su contexto errores y aciertos”. ¿Está de acuerdo?
Se hizo. No sé en qué contexto dijo ella eso. O capaz que no se enteró, porque ella se desvinculó bastante cuando empezó este periodo democrático, se fue a vivir al interior.
Yo, de hecho, tengo muy poco vínculo con ella.
Debe saber que algunos, incluso dentro del Frente Amplio, la consideran más radical o dogmática que Pepe Mujica. ¿Qué piensa de eso?
Cada uno tiene la libertad de tener la mirada que quiera. Tiene que ver mucho con el modo de ser de cada uno.
Sin embargo, en los 22 años que estuve en el Parlamento representando al Frente Amplio, fui de los legisladores negociadores, y para ser negociador hay que tener un poquito de cintura, por lo menos.
No sé si eso lo consideran, porque se puede opinar por opinar también.
Decía que de a poco está volviendo a la actividad política. ¿Qué rol piensa jugar en este gobierno de Yamandú Orsi, que pertenece a su movimiento político?
Nunca hay que desprenderse del contacto con la sociedad y hay que ayudar siempre a que la sociedad se organice.
Pero no estoy hablando de reclutar para los partidos, porque la sociedad organizada es una cosa mucho más amplia.
Creo mucho en la herramienta del voluntariado. Cuando la sociedad toma para sí algún tema y se organiza, mueve montañas.
Entonces voy a seguir trabajando en la organización de la sociedad y el voluntariado, que además nos forma como personas. Eso lo aprendí cuando empecé a militar.
Le preguntaba porque usted es una figura importante, no solo de la izquierda sino de la política uruguaya: fue diputada, senadora, la primera mujer vicepresidenta de Uruguay, la primera que ejerció la presidencia de forma temporaria…
Yo creo que soy la única del mundo, capaz que es demasiado lo que digo, que le tomé juramento a su esposo cuando fue presidente.
No sé si alguien más lo ha hecho. Si hay más, somos muy poquitos.
¿Qué recuerda de ese momento de 2010 en que por encabezar la lista más votada del Senado le tomó juramento como presidente en el Palacio Legislativo?
Uno tiene que cumplir una ceremonia que es importantísima, porque empieza una legislatura. Y no lo pueden dominar las emociones; uno tiene que dominar a las emociones.
Le tomé el juramento y le di un abrazo por un saludo elemental.
Pero viví eso, que lo digerí después conmigo misma, y el otro día pensaba: en este mismo palacio lo estoy despidiendo.
¿Se da cuenta del contraste?
Viendo la ceremonia del velatorio, me preguntaba si la figura de Pepe Mujica alcanzará para un sector de la sociedad el estatus de mito…
No sé contestar esa pregunta.
De la ceremonia lo que más me llegó fue la sinceridad de la gente y el arco social, porque había desde gente muy humilde a empresarios muy encumbrados que fueron a despedirlo. Nadie fue obligado.
Fue desde un niño que dejó una pelota de fútbol, y hay que ver lo que para un niño es una pelota de fútbol, hasta una mujer que estoy tratando de averiguar quién fue que cantó con una voz hermosa.
Hubo recordatorios en muchos países. Pude oír un pedacito de lo que pasó en el Senado de México. Sé que en Grecia hubo ceremonias, en Japón, en China.
Lo más importante que puede haber dejado es la siembra de algunas ideas en relación a la unidad latinoamericana y a cómo vivir la vida, de carácter más filosófico que otra cosa.
Si eso después es un mito, la verdad que no tengo posibilidad de contestar y menos en este momento.
Acá siempre cayó gente de los lugares más estrafalarios del mundo. ¿Cómo se enteraban de que existía Pepe, este lugar y demás? Por internet. Acá vino, por ejemplo, un ganadero de Kazajistán interesado en cosas que había leído de Pepe.
Los japoneses tomaron el discurso que Pepe da en Río+20 sobre el medio ambiente, hicieron un libro que yo tengo ahí, todo ilustrado con dibujitos para los niños y lo tienen de lectura en las escuelas.
Todo eso es posible por la facilidad de comunicación y la globalización que tiene el mundo hoy.
Algunos creen que un aporte importante de Mujica fue haber gobernado respetando las reglas de la democracia liberal, sin caer en tendencias populistas o autoritarias como han hecho líderes de otros países, y haber sabido retirarse gradualmente del poder pese a su gran popularidad. ¿Qué opina?
Sí, él eso siempre lo tuvo. Nunca quiso usar algunos mecanismos, como el veto (de leyes como presidente) para el que estaba habilitado, porque había sido parlamentario y le tenía un enorme respeto al Poder Legislativo por la representatividad brutal que tiene.
Él siempre fue amplio de ideas y nunca cerró la cancha, siempre peleó por que la cancha se abriera.
Por esa razón yo le pedí a los compañeros que en el féretro solo pusieron las banderas nacionales, no pusieron ninguna bandera partidaria.
Él iba hasta lo posible, no a pechar con la vida. Y siendo presidente algunas ideas no las pudo concretar porque el Parlamento no se las votó. Pero no le generó ningún rencor.
Después algunos quisieron que volviera.
En ese tiempo yo había ido a China y me acuerdo que bajo del avión y me dice: “¡Viejita, sálvame, me quieren poner de presidente de vuelta!”. Entonces me dediqué a salvarlo.
Todos venían a hablar, los escuchaba y no tenían suerte. Inamovible. Le hice una barrera.
Él creía mucho en la renovación, el cambio permanente, en que la gente no se estacionara en la responsabilidad. Por eso siempre decía que “el mejor dirigente es el que deja una barra que lo suplanta con ventaja”.
Y el día que ganamos la elección, cuando la televisión da el resultado y el compañero presidente es de nuestro sector, me acuerdo que estaba sentado ahí en ese sillón y dijo: “Este es el mejor regalo; ahora me puedo ir tranquilo”.
En el velatorio se la vio conversar bastante con los presidentes Lula y Boric, que vinieron especialmente. ¿Hay algo en particular que le hayan dicho que quiera compartir aquí?
Lula tenía una viejísima amistad con Pepe.
Cuando Lula estuvo preso, Pepe fue a Curitiba a visitarlo a la cárcel. Y por el peso que Pepe tenía en Brasil le dio una mano en la última elección, sobre todo en el puente con la gente más joven.
Porque Pepe, curiosamente a pesar de la edad, tenía mucha llegada entre los jóvenes.
Él lo explicaba con una frase: “Hay crisis de abuelos”. Y capaz que tenía razón.
Esta situación (a Lula) lo agarró en China y se vino, 30 horas de vuelo sin dormir para poder llegar. Me dijo que estaba a la orden, que no me sintiera sola y me dejó el teléfono de su compañera, que íbamos a seguir hablando.
Y en el caso de Boric, nosotros habíamos ido su asunción y él había estado acá hablando largamente, sentados en esta mesa.
Boric podía ser hijo nuestro, por la edad que nos separa.
Él le tenía mucha admiración a Pepe por la ductilidad. Entonces quiso venir. También me dijo que estaba a la orden, que ahora terminaba su mandato, si él podía seguir viniendo acá.
Le dije que sí, mi casa ha sido siempre de puertas abiertas.
Mujica nos había dicho que quería que sus cenizas fueran esparcidas en un árbol de secuoya. Usted cumplió con ese deseo en una ceremonia privada. Cuéntenos sobre ese árbol y por qué era tan importante para él...
Es un árbol majestuoso que en Sudamérica no crece tan rápido como en Norteamérica, que es gigantesco. Un día alguien lo trajo de regalo. Mediría 1,20 metros más o menos y estuvimos mirando dónde lo poníamos, porque iba a crecer.
Y como nos sentábamos a tomar mate o conversar ahí afuera los días de calor, fuimos siguiendo cómo crecía. Es bonito, lindo de ver.
En un momento dado murió nuestra perrita, que vivió 22 años con nosotros, y se enterró allí.
Nosotros siempre habíamos tenido la idea de la incineración, porque entendemos que es más lindo volver a la tierra o al mar.
Entonces él empezó a decir que dentro de la chacra quería ese lugar. Y nosotros le dijimos que lo íbamos a cumplir. Y cumplimos.
Ahí puse las cenizas en una ceremonia privada, porque entendí que eso era algo de nosotros, de él y yo. Y están ahí.
Él era medio panteísta, le gustaba lo de los animales del bosque. Sin pamento, decía, porque el milagro es haber nacido. Y vivió prácticamente 90 años: un real milagro con todas las vicisitudes que pasó. Realmente tenía devoción por la tierra. Entonces está tranquilo ahí. (I)