Francisco tenía una suerte de magnetismo. Mucho carisma. Tenía sabiduría y buen humor. En busca de un saludo, de estrechar sus manos, besar su anillo del pescador, conseguir su bendición y hasta un consejo se le acercaban, por igual, hombres, mujeres. Solteros y casados acudían a sus audiencias o se hacían espacio en la plaza de San Pedro para escucharlo.