Al terminar la Guerra Civil española en 1939, el general Francisco Franco tiene el poder absoluto de un país destruido y traumatizado.

Pero el general y sus seguidores están convencidos de que su victoria militar sobre el gobierno de la República supone la oportunidad de que España recupere el papel protagonista en la escena mundial que creen que le corresponde.

Los ideólogos y dirigentes del nuevo Estado franquista tratarán de estrechar lazos con los países de la América hispanohablante, en un intento por reeditar una “comunidad hispánica” que tenga a Madrid en el centro.

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Movidos por la nostalgia del imperio español y el rechazo a la democracia liberal que identifican con Estados Unidos, cuya influencia en la región sueñan con contrarrestar, alumbrarán una idea que se convertirá en eje de la propaganda y la política exterior de la España franquista: la Hispanidad.

Aunque la soñada Comunidad Hispánica nunca se concretará, según Celestino del Arenal, catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid, “la Hispanidad se transformará en parte sustancial del Movimiento Nacional y la ideología del nuevo régimen”.

Cuando, al concluir la Segunda Guerra Mundial en 1945, Franco es repudiado por Estados Unidos y las democracias europeas por su cercanía a Hitler y Mussolini durante la contienda, su aislamiento internacional hace aún más urgente para él encontrar apoyos, y la diplomacia franquista se vuelve hacia América Latina.

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Allí, como en otras partes del mundo, gobiernos, opinión pública e intelectuales adoptaron diferentes posturas sobre la guerra de España y su polémico nuevo régimen.

Al cumplirse ahora 50 años de la muerte de Franco, BBC Mundo repasa la historia de las relaciones de su régimen con algunos de los principales países de la región.

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Entre lo más sorprendente, la insistencia del general español por mantener relaciones con la Cuba de Fidel Castro y su apuesta por el gobierno de Salvador Allende en Chile.

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México, “una piedra en el zapato” para Franco

México fue probablemente uno de los más comprometidos y persistentes detractores internacionales de Franco.

El presidente Lázaro Cárdenas apoyó decididamente la causa republicana durante la guerra y acogió a miles de exiliados españoles que abandonaron su país huyendo de las represalias del Franquismo.

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“Lázaro Cárdenas había emprendido en México reformas muy similares a las que el gobierno republicano había impulsado en España, por lo que desde el primer momento le dio un apoyo decidido”, indica en conversación con BBC Mundo Juan Carlos Pereira, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid.

Mientras la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini enviaban hombres y armas al frente español en apoyo de Franco, México suministraba armamento y pertrechos al gobierno de la República.

Al terminar la guerra e iniciarse la represión de los vencidos, el gobierno mexicano abrió las puertas a los refugiados españoles y aceptó ser la sede del gobierno republicano en el exilio.

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El país también recibió a intelectuales españoles represaliados como el dramaturgo Max Aub o el pensador José Gaos. Muchos de ellos serían clave luego en el desarrollo de prestigiosas instituciones académicas mexicanas, como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La salida de Lázaro Cárdenas de la presidencia en 1940 no alteró la postura mexicana. México rompió las relaciones con España, nunca reconoció al gobierno franquista y fue uno de los países que más activamente lo denunció en la arena internacional.

De México surgió la propuesta de excluir a la dictadura española de la nueva Organización de Naciones Unidas que se fraguó al terminar la Segunda Guerra Mundial, un veto que la diplomacia franquista no logró revertir hasta 1955.

Solo con la muerte de Franco en 1975 y el inicio de la Transición democrática española bajo el reinado de Juan Carlos I, México y España restablecieron sus relaciones.

“México fue el principal opositor, la piedra en el zapato que tuvo siempre Franco a nivel internacional”, resume Juan Carlos Pereira.

El salvavidas de la Argentina de Perón

Franco encontró en el presidente de Argentina Juan Domingo Perón una mano amiga cuando más lo necesitaba.

La década de 1940 fue muy dura en una España destruida y hambrienta a causa de la guerra.

Según Pereira, “Perón era un militar ultraconservador y anticomunista como Franco, y le va a prestar ayuda alimenticia y económica en un momento en que España está pasando hambre y no la ayuda nadie”.

España había quedado excluida del Plan Marshall, la iniciativa lanzada por Estados Unidos para reconstruir la Europa occidental tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial, y es en ese momento difícil cuando el gobierno argentino le concedió un crédito de 350 millones de pesos.

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En 1947 ambos países firmaron un convenio comercial que mitigó los problemas de desabastecimiento de España, que se aseguró el suministro de cereales de Argentina a cambio de proveerle de acero.

El acercamiento se completó con la firma del llamado Protocolo Franco-Perón y la visita a España en junio de 1947 de Evita Perón que el régimen franquista presenta como muestra de que España no está aislada internacionalmente y de que la idea de Hispanidad que promueve su política exterior funciona.

Según explicó a BBC Mundo Beatriz Figallo, de la Academia Nacional de Historia de Argentina, “siguiendo su tradicional política de neutralidad, Argentina se había resistido a las presiones de Estados Unidos para que rompiera las relaciones con las potencias del Eje hasta los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial y para Perón era importante mostrar con su acercamiento a España que su política exterior era independiente de Washington”.

Además, según la historiadora, Argentina era hogar de una gran colonia española que tenía un peso político que Perón no quería desdeñar. “Se estima que en la década de 1930 alrededor de un 10% de la población argentina había nacido en España y su peso hace que Perón quiera mostrar cercanía con Madrid”.

En el mundo de la Guerra Fría, Perón propugnó en esos años una tercera vía alternativa a los bloques capitalista y comunista en la que estados neutrales como Argentina y España tenían un papel protagonista.

Sin embargo, la precaria situación económica española y el deterioro de la argentina por una larga sequía hicieron que la ayuda se detuviera pocos años después.

“Dentro del peronismo surgen voces que se quejan de que ha habido una excesiva generosidad con España”, indica Figallo.

Con la rehabilitación del régimen franquista promovida por Estados Unidos, el apoyo argentino dejó de ser tan vital para Franco. Pero para la historia quedó el salvavidas que le lanzó Perón en sus horas más críticas.

La Guerra Fría beneficia a Franco

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A partir de 1950 la política internacional comenzó a cambiar de manera favorable para Franco.

La creciente rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética y sus respectivos bloques confirió un nuevo valor estratégico a la Península Ibérica que Franco supo explotar.

La propaganda franquista presentaba al dictador como “el centinela de Occidente” que velaba por los valores de la civilización occidental de amenazas como la que representaba el comunismo promovido por la URSS, y así España atrajo el interés de unos Estados Unidos que hasta entonces le habían dado la espalda.

En 1953 se firmaron los Acuerdos de Madrid, por los que Franco obtuvo el reconocimiento de Washington a cambio de permitir la instalación de bases militares estadounidenses en España. Y dos años después logró su ansiada rehabilitación internacional con su ingreso en la ONU.

En América Latina, se extendieron en esa época gobiernos de militares de derechas como él, lo que ayudó al llamado “Generalísimo” a seguir elevando su perfil internacional.

En 1954 llegó a Madrid el dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Muchos años después, en 1973, lo haría el paraguayo Alfredo Stroessner.

Franco quiso abandonar su perfil fascista y se presentó como un líder conservador tradicional y, sobre todo, anticomunista, lo que se acompañó de un giro hacia una política exterior menos ideologizada y más centrada en la cooperación técnica y y económica.

A partir de finales de los 1950 y comienzos de los 1960, la dictadura emprendió una apertura económica que propició un rápido desarrollo. Se le llamó “el milagro económico español”.

Esa España en crecimiento buscó penetrar en los mercados de sus antiguas colonias. Aunque la vieja idea de la Hispanidad y la Comunidad Hispánica de Naciones no desapareció del todo, ministros de Exteriores como Alberto Martín-Artajo y Fernando María Castiella impulsaron una política menos dogmática que en ocasiones se desmarcó de la de Estados Unidos y que trabó algunas amistades inesperadas.

El vínculo gallego con Fidel

El triunfo de la revolución de Fidel Castro en Cuba en 1959 colocó a la isla en lo alto de la agenda internacional.

En Madrid se vieron con preocupación las expropiaciones de bienes de ciudadanos españoles y el acercamiento hacia la URSS del nuevo gobierno cubano, algo que en la España franquista se interpretó como una advertencia sobre el peligro que el comunismo representaba para un área de interés.

Las cosas no empezaron bien. El 20 de enero de 1960, el embajador español en La Habana, Juan Pablo de Lojendio, fue expulsado después de irrumpir en el plató de TV en que Castro daba una entrevista en la que acusaba a la embajada española de “actividades contrarrevolucionarias”.

Sin embargo la expulsión de su embajador no fue motivo suficiente para que Franco rompiera las relaciones con Cuba, como tampoco lo fueron las presiones de Estados Unidos, que a partir de 1962 impuso un embargo comercial a la isla al que España no se sumó.

Los importantes intereses españoles en Cuba contribuyeron a que los intercambios se mantuvieran, incluso después del ataque atribuido a elementos anticastristas al barco español Sierra Aránzazu cuando transportaba mercancías hacia Cuba en septiembre de 1964.

“Las presiones de Estados Unidos fueron muy fuertes, sobre todo en la época de John Fitzgerald Kennedy, pero para Franco siempre pesó más que los padres de Fidel eran gallegos como él”, indica Pereira.

Hay otras posibles razones.

“Franco sabía que le debía mucho a Estados Unidos, pero Cuba fue uno de los pequeños espacios en los que pudo subrayar la autonomía española y así lo hizo”, le dijo a BBC Mundo María José Henríquez, del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.

Cuando Franco murió el 20 de noviembre de 1975, mientras muchos izquierdistas españoles celebraban la noticia, Castro sorprendió decretando varios días de luto oficial en Cuba.

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La “verdadera amistad” de España y Allende

Ya en los últimos años del Franquismo, mientras en Estados Unidos se estudiaba cómo desestabilizar al nuevo presidente de Chile, Salvador Allende, y su gobierno de izquierda, desde Madrid se trataba de apoyar al nuevo gobierno.

“Es una historia incómoda para la izquierda y la derecha actuales, porque desafía los prejuicios y el sentido común de unos y otros, pero sucedió”, dice la historiadora Henríquez.

Al margen de las diferencias ideológicas, “para España era una buena oportunidad porque quería vender un modelo de desarrollo exitoso y a través de Chile podía entrar con sus inversiones y asesoramiento técnico en todos los países del Pacto Andino”.

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La retirada de parte de las inversiones estadounidenses de Chile ante el temor a una posible deriva revolucionaria del gobierno de Allende amplió los espacios para una posible cooperación.

En un momento en que Chile vivía crecientes problemas económicos y buscaba cómo aliviar el coste de su deuda, “la España franquista defendió la solvencia del nuevo gobierno enfrentándose incluso a la delegación estadounidense” en el Club de París, que reunía a los acreedores internacionales, indica Henríquez.

Tras culminar con éxito las negociaciones en las que Madrid le había apoyado, según cuenta la historiadora, Allende llamó al embajador español en Santiago, Enrique Pérez Hernández, con quien tenía una excelente relación, y proclamó: “¡Viva la verdadera amistad! ¡Viva España!”

“Al contrario que Estados Unidos, que eligió presionar al gobierno chileno por temor a que Chile se convirtiera en una segunda Cuba, en España el ministro Gregorio López Bravo sostiene que para evitar eso lo que hay que hacer es apoyar a Allende, porque si se le presiona, se va a lanzar a los brazos de la Unión Soviética”, indica Henríquez.

En marzo de 1971, López Bravo aterrizó en Santiago de Chile y se entrevistó con Allende, haciendo evidente la buena relación entre ambos gobiernos.

Allende aprobó la concesión a la española Pegaso de un gran contrato para la fabricación de camiones y motores diésel en el país y en diciembre de 1972 se firmó un acuerdo comercial por el que España comprometió US$40 millones en créditos a Chile.

Según el relato de Henríquez, el acercamiento fue tal que Allende llegó a plantearse aceptar la invitación española para encontrarse en Madrid con Franco.

El deterioro de la situación política chilena y las divisiones internas en la gobernante Unión Popular disiparon la confianza española en Allende, y en Madrid se instaló la preocupación.

Finalmente, Allende fue derrocado en septiembre de 1973 por el golpe de estado liderado por el general Augusto Pinochet y fue el nuevo régimen militar el que gastará el dinero entregado por España.

En esas jornadas críticas, el embajador franquista Pérez Hernández propició un último giro inesperado.

Según revelaron sus despachos enviados a Madrid, ocultó en la embajada a varios colaboradores de Allende, entre ellos al español Joan Garcés, que pese a su militancia socialista fue evacuado en un avión español para ponerlo, como a todos los demás, a salvo de los militares chilenos.

“Es otra de las contradicciones de esa historia, porque ese hombre era un antifranquista pero al final se salva de Pinochet subiéndose a un avión de la España franquista”, concluye Henríquez. (I)