Perdió a su esposo, a su cuñado y a su suegro. Y también casi pierde a sus padres, el año pasado, por el COVID-19. Para ella y su familia, fue vital la ayuda psicológica a la que recurrieron porque sus hijos “no podían más”, dice. Tenían pesadillas y la depresión los invadió por completo al inicio. Y ahora, Dios, sus padres y sus hermanas son su apoyo, su pilar, dice Julia A., de 41 años, una habitante de la Alborada, norte de Guayaquil.