Fiorella entró el 28 de septiembre de 2017 al programa de recuperación que ahora regenta el Municipio de Guayaquil.

Sentir lo que sus compañeros de colegio percibían fue lo que en su momento la motivó a probar hache cuando tenía 14 años, ahora tiene 20. Al mes ya era dependiente. “En el colegio compraba cada dosis a $2, pero en la calle la conseguía a $1”, cuenta la mujer.

Así empezó su historial en varios colegios particulares y fiscales en los que recaía y se retiraba. Lo peor era la percepción que tenía de ella misma cuando consumía. “Era un esqueleto, pero yo me veía guapísima”, se reprocha.

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Lo peor llegó cuando se escapó con su enamorado, quien también consumía. “Estuve un día, gracias a Dios me sacaron de allá”, recuerda.

Fiorella recibió propuestas de hacer favores sexuales de los vendedores de droga a cambio de las dosis que quería con ansias. "Gracias a Dios nunca acepté", afirma.

Ella ya no consume desde hace casi tres años y ya recuperada, estudia Enfermería con una beca que le dio el Municipio de Guayaquil.

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‘Si seguía, lo que iba a conseguir es morirme’

Andrés empezó a consumir hache cuando tenía 17 años. Su “excusa”, como él mismo dice, fue el maltrato que recibía de sus abuelos paternos que lo criaron ya que su madre lo abandonó cuando era un bebé.

De su padre solo recibía visitas esporádicas. “Lo recuerdo ebrio y ahora sé que también se drogaba”, asegura.

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Un detonante que más suena a pretexto, como él señala ahora que con 24 años está en recuperación sin consumir desde hace un año, ocurrió un Día de la Madre cuando él tenía 16 años y fue con ilusión a conocerla.

“No fue grato, me recibió como un desconocido, pero no debo juzgarla”, indica este padre de dos hijos que vende agua de boldo y está en la búsqueda de un empleo fijo. (I)