El historiador holandés Rutger Bregman no quería creer que una narración que leyó en la adolescencia evidenciaba la verdadera esencia del ser humano. Él se refería al libro 'El señor de las moscas', de William Golding, la novela más conocida del premio Nobel británico, que describe la historia de un grupo de adolescentes que, perdidos en una isla desierta, conviven entre la crueldad el sinsentido y la muerte.

Bregman, convencido de que unos adolescentes podrían en realidad ser solidarios en esas condiciones, salió en busca de una historia con las cual argumentar su idea y finalmente lo logró.

Se trata de la historia de seis adolescentes de entre 13 y 16 años originarios de Tonga, que hartos de la comida del estricto internado católico en el que estaban en Tonga, salieron a pescar, fallaron en el intento y terminaron varados por más de un año en una isla, señala una publicación del sitio web Infobae.

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Para reconstruir la historia Bregman contactó a dos de los protagonistas, Mano Totau, uno de los chicos, y a Peter Warner, capitán de la embarcación que los encontró. A ambos los entrevistó para incluir este relato en un capítulo de su nuevo libro 'Humankind'.

Peter Warner y Mano Totau.

En junio de 1965, Mano Totau, Tevita Siola’a, Sione Fataua, Luke Veikoso, Fatai Latu y Kolo Fekitoa se escaparon del instituto donde estudiaban con las ansias de empezar una aventura en el mar. Como no tenían un barco, tomaron prestado uno de un pescador que no les caía bien, Taniela Uhila. En este colocaron dos bolsas de bananas, algunos cocos y un pequeño quemador de gas, pero a ninguno se le ocurrió llevar un mapa o una brújula.

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“Aquella tarde nadie advirtió que la pequeña embarcación salía del puerto. El cielo estaba despejado; solo una brisa leve agitaba el mar en calma”, indica el autor en su libro. “Pero esa noche los muchachos cometieron un error grave: se durmieron. Horas más tarde se despertaron porque el agua les golpeaba las cabezas. Estaba oscuro. Izaron la vela, que el viento despedazó rápidamente. Lo siguiente que se rompió fue el timón”.

Los seis estuvieron a la deriva por ocho días. “Sin comida, sin agua”, recordó Mano. Trataban de atrapar peces con las manos y de juntar agua de lluvia en las cáscaras de coco para hidratarse. Siempre compartían por igual lo que conseguían.

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“Entonces, en el octavo día, observaron un milagro en el horizonte. Una pequeña isla”, siguió Bregman su relato. “No precisamente un paraíso tropical con palmeras ondulantes y playas de arena, sino una enorme masa de roca que sobresalía 300 metros sobre el océano. Actualmente, 'Ata se considera inhabitable. Pero 'cuando llegamos”, escribió el capitán Warner en sus memorias, ‘los niños habían establecido una pequeña comuna con un jardín de vegetales, troncos de árboles ahuecados para almacenar agua de lluvia, un gimnasio con pesas curiosas, una cancha de bádminton, corrales de gallinas y un fuego permanente, todo hecho con sus manos, con la hoja de un viejo cuchillo y mucha determinación’. Mientras que los niños en 'El señor de las moscas' llegan a los puños por el fuego, los de esta versión de la vida real cuidaron su llama para que nunca se apagara durante más de un año".

La organización fue clave

Para realizar todo lo necesario para sobrevivir, los adolescentes se dividieron en tres grupos de dos para dedicarse a diferentes actividades, entre estas, el cuidado del jardín, las tareas de cocina y la guardia. Los conflictos entre ellos no llegaron a mayores y los solucionaban separando a quienes los provocaban.

Además, terminaban sus días con una oración y una canción, incluso uno de ellos elaboró una pequeña guitarra con un pedazo de madera, un coco y unas cuerdas que les quedaron del naufragio.

Intentaron en algún momento regresar a casa y construyeron una balsa, sin embargo, apenas salieron esta fue destrozada por las olas y tuvieron que volver en la isla.

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Uno de ellos cayó un día por un acantilado y se rompió la pierna, los otros lo rescataron y le inmovilizaron la extremidad con palos y hojas. Los otros chicos le dijeron que se quedara tranquilo, que ellos se encargarían de cubrir sus tareas.

Para alimentarse comían peces, cocos, huevos de aves marinas y aves, de las que también bebían la sangre. Con el paso del tiempo lograron recorrer toda la isla y se toparon con un antiguo cráter de volcán, donde habían vivido los habitantes originales del lugar unos 100 años antes. En el sitio hallaron plátanos, pollos y malanga salvaje, todo eso se había reproducido libremente.

El milagroso rescate

El 11 de septiembre 1966, Peter Warner los encontró. “Peter era el hijo menor de Arthur Warner, quien alguna vez fue uno de los hombres más ricos y poderosos de Australia”, escribió el historiador holandés. Aunque su padre le había pedido que se encargue del negocio familiar, él tenía pasión por navegar, así que escapó de casa estudió lo que quería y luego volvió.

Empezó a trabajar con su padre al regreso, pero a la par creó una pequeña flota pesquera en Tasmania. Por este negocio llegó a Tonga y, retornando del lugar en una ocasión, tomó un desvío y en ese trayecto fue cuando notó algo raro.

“Mirando a través de sus prismáticos vio manchas quemadas en los acantilados verdes”, reconstruyó Bregman. “En los trópicos es raro que los incendios comiencen espontáneamente”, le dijo Warner cincuenta años más tarde.

De repente Warner vio a uno de los jóvenes. “Desnudo, con el pelo hasta los hombros. Esta criatura salvaje saltó desde el acantilado y se arrojó al agua. De pronto otros niños lo siguieron, gritando con todas sus fuerzas. No pasó mucho tiempo hasta que el primer muchacho llegara a su barco. ‘Me llamo Stephen’, gritó en perfecto inglés. ‘Somos seis y creemos que llevamos aquí unos 15 meses’”, se lee en 'Humankind'.

—Tengo seis menores aquí conmigo —informó Peter por radio.

—Aguarde un momento —le contestó el operador.

Antes de recibir una respuesta pasaron 20 minutos, luego escuchó lo siguiente:

¡Los encontró! A esos chicos los habían dado por muertos. ¡Se han hecho funerales! Si son ellos, es un milagro.

Warner regresó a los jóvenes a Tonga, había una mucha emoción entre ellos hasta que apareció un policía con una orden de arresto contra de los seis por el robo de la embarcación de Uhila.

El capitán, dándose cuenta de lo increíble que era todo lo que había ocurrido, decidió llamar al gerente del Canal 7 de Síndey, con quien tenía negocios por la empresa de su familia, y le ofreció los derechos de la historia para la televisión. Con este dinero los jóvenes le pagaron 150 libras a Uhila por el barco destruido y quedaron en libertad.

“Cuando los muchachos regresaron con sus familias, en Tonga los ánimos estaban jubilosos. Casi toda la isla de Ha’afeva, de 900 habitantes, había acudido a darles la bienvenida”, escribió Bregman. “Peter fue proclamado héroe nacional. Pronto recibió un mensaje del rey Taufa‘ahau Tupou, quien lo invitó a una audiencia. ‘Gracias por rescatar a seis de mis súbditos’, dijo su alteza real. ‘Ahora, ¿hay algo que pueda hacer por usted?’. El capitán no tuvo que pensarlo mucho. ‘¡Sí! Me gustaría pescar langostas en estas aguas y abrir aquí una empresa’. El rey accedió”.

Warner volvió a casa, renunció a la empresa de su padre y encargó un nuevo barco. Los jóvenes que había rescatado luego se convirtieron en su tripulación. (I)