Washington D. C. (Distrito de Columbia) es la capital de los Estados Unidos de América y -de alguna manera- también la del mundo. Esto último porque desde allí muchas veces se toman decisiones importantes, como incursiones militares o tratados comerciales, que afectan a otras naciones; además, en esta ciudad se asientan las sedes de poderosas entidades como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización de Estados Americanos (OEA), o el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El Distrito de Columbia, asentado en territorio cedido por Maryland y Virginia, nació el 16 de julio de 1790 como distrito federal de la nueva nación para diferenciar la capital del resto de estados y en virtud del deseo de los Padres Fundadores (especialmente James Madison) de que ningún estado individual tuviera una influencia excesiva sobre el Congreso. Esta poderosa localidad, que alberga a unos 650 mil residentes, también acoge museos y universidades, entidades gubernamentales, la Casa Blanca y al Capitolio.

Washington D. C. es una ciudad planificada. Se levantó en un terreno privado de 35 hectáreas, donde había en su mayoría granjas. “Los nombres más importantes en el proyecto inicial fueron desde luego los de George Washington y Pierre Charles L'Enfant”, detalla Montserrat Huguet, catedrática de la universidad Carlos III de Madrid y autora del libro Washington, la ciudad del barro y los esclavos.

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A diferencia de ciudades europeas que surgían en torno a un centro tradicional, la capital estadounidense -que le debe su nombre a George Washington- se emplazó en base a varios hitos arquitectónicos como el palacio presidencial, hoy Casa Blanca, y el Congreso. Pero la hoy todopoderosa capital era muy distinta en su nacimiento. Entonces era una urbe triste, habitada sobre todo por “gente pobre, sin empleo y sin techo”, detalla Huguet a diario El País.

Washington D. C. era un “archipiélago de vecindarios”, como se dice en el libro, construida sobre el barro, de allí el nombre de la obra Huguet.

La esclavitud también marcó a la capital. En 1800, el 25% de la población de Washington eran negros esclavos. “Muchos de los políticos que habitaban la urbe en representación de sus Estados mantenían esclavos domésticos y en sus haciendas, y además no veían grandes objeciones a una industria todavía muy lucrativa”, explica Huguet.

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Comenta que los extrajeros que visitaban la ciudad se quedaban sorprendidos con los políticos que hablaban en el Capitolio de la gran libertad que había en el país, pero que luego eran vistos caminando en las calles acompañados por sus esclavos. Con el pasar del tiempo esto cambio, ya para 1840 Washington era una de las ciudades estadounidenses con más afrodescendientes libres.

El otro punto que influyó en la ciudad capital en sus inicios fue la prostitución. Desde la propia casa presidencial se podían observar los distritos del sexo; la actividad y sus complementos -como hoteles, juego, comercios de ropa-, eran muy rentables a mediados del siglo XIX. “La prostitución se convirtió así en una industria natural en la ciudad, muy beneficiosa para sus promotores y que alcanzó sus cotas más altas en la década de los años cincuenta y durante la Guerra Civil”, asegura Huguet.

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Hoy esta ciudad es otra. La que alguna vez fue centro de la esclavitud negra vio cómo en 2009 Barack Obama, un político afroestadounidense del Partido Demócrata, tomaba el control de la Casa Blanca para dirigir los destinos de más de 300 millones de estadounidenses e influir directamente en la vida de muchos países. Sin embargo Washington D. C. sigue luchando con problemas como la desigualdad social; además, busca convertirse en el estado 51 de la Unión y que sus residentes finalmente tengan representación en el Congreso. (I)