Miles de trabajadores de la Unión Sindical de Base hicieron huelga este miércoles en Italia para obligar a cerrar más fábricas, cuyo funcionamiento hace peligrar la salud pública. Daniela Trezzi de 34 años, enfermera en la terapia intensiva del hospital San Gerardo, situado en la ciudad de Monza, Lombardía, templo del dolor y la angustia de los enfermos más graves por la infección del Coronavirus COVID-19, no se enteró de esta protesta porque se suicidó.

No daba más, estaba desquiciada por el estrés. Había quedado contagiada por el virus y temía haber contagiado a otros. Agotada por el trabajo, se suicidó.

Daniela vivía sola. Su suicidio “sorprendió”, porque fue un “hecho muy extremo”, expresa el gerente del centro de salud, Mario Alparone, quien confirma que la mujer "se encontraba en casa, enferma desde el 10 de marzo, sin ningún tipo de vigilancia". “No la olvidaremos nunca”, dicen sus compañeros.

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Su deceso, confirmado por la Federación Nacional de los profesionales de Enfermería, revela "el precio alto que estamos pagando". Y no es el único, hay más suicidios. “Corremos el riesgo de sufrir estas condiciones de estrés y escasez de personal. Pero esto no se puede comentar ahora", expresa la entidad.

"Toda la sociedad es consciente de las condiciones laborales y el estrés en el que se encuentran los profesionales sanitarios. Por este motivo y el pensamiento sobre lo que se podría haber hecho antes y que a día de hoy se juzga, es imprescindible que se hable una vez que la emergencia sanitaria se supere", expresan en su comunicado y especifican que "ahora no es el momento de hacerlo, si no de llorar a aquellas personas que no han podido superar esta situación".

Daniela no ha sido la primera profesional sanitaria en suicidarse desde el inicio de la emergencia por COVID-19 en Italia. De hecho, hace una semana ocurrió un hecho similar en Venecia, con "los mismos motivos" y desde la Federación de los profesionales de Enfermería, que representa a los 450 000 trabajadores de ese sector a en Italia, muestran su preocupación ante la posibilidad de que se desencadenen hechos similares en "esta situación de estrés y carencia de personal sanitario".

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El estrés nervioso, el agotamiento y el dolor por la tragedia de los enfermos que veía todo el día todos los días, se combinaron también para que la enfermera Silvia Luchetta, 49 años, del hospital de Jesolo, en Véneto, pusiera punto final y se arrojara al mar.

Silvia era una de las más activas en la relación con los pacientes. Las enfermeras se comunican en terapia intensiva con los pacientes entubados mostrándoles carteles. “Estás bien?” “Llamó tu hijo” “Estás mejor, te mandamos a otro sector”. En la sala ahora huérfana de la enfermera Luchetta han quedado los carteles con los que trataba de levantar el ánimo de sus amigos, los enfermos. No se atreven a contarles lo que pasó a pacientes que están al borde de la muerte, prefieren decirles que Silvia fue transferida, relata Julio Algañaraz, corresponsal en Roma de diario Clarín.

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Hospitales, focos de nuevos brotes​ de coronavirus en Italia

En Italia, desde el comienzo de la epidemia, 4824 profesionales sanitarios han contraído el coronavirus, el equivalente al 9% del número total de personas infectadas, según datos del Instituto Superior de Salud (ISS) del país europeo.

Son hasta este miércoles 29 los médicos que han perdido la vida. Los dos últimos son Rosario Lupo, de Bérgamo y Giuseppe Fasoli, médico jubilado que se había presentado como voluntario en Brescia, donde la necesidad de profesionales es desesperante.

Los hospitales de la primera línea en la lucha contra la pandemia son escenarios de luchas heroicas, pero también focos de nuevos brotes del coronavirus. “Algo no funciona”, cree el profesor Massimo Galli, primario de enfermedades infecciosas del hospital Sacco de Milán, uno de los expertos más escuchados.

Es sabido y aceptado que la epidemia iniciada el 21 de febrero partió del hospital Codogno de Lodi, la provincia sureña de la Lombardía. El virus se había infiltrado hacía dos semanas en la zona y los que fueron por problemas pulmonares al nosocomio infectaron a todos: médicos, enfermeros y a los otros pacientes.

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Los médicos no están preparados porque hace generaciones que en el mundo no se ha visto un epidemia como esta”.

Pier Luigi Lopalco, de la Universidad de Pisa, atribuye el desastre al hecho de que la normal organización de un hospital no está preparada para afrontar un virus “que se trasmite por vía aérea y con una alta tasa de contagio, que lo convierte en centro de difusión”.

Mientras toda Italia se encierra en su casa, los hospitales, señala Lopalco, “son los únicos lugares donde miles de personas se encuentran en estrecho contacto”.

La solución sería reducir las relaciones interpersonales, impidiendo el traslado del personal de un sector a otro. “En las estructuras especializadas en enfermedades infecciosas las precauciones son la práctica, pero a esto no se presta mucha atención en los hospitales generales”, señala Giuseppe Ipppolito, director científico del Instituto Spallanzani de Roma, el mejor hospital en la especialidad de Italia.

El microbiólogo Andrea Crisanti, de la Universidad de Padua, considerado el padre del exitoso modelo Véneto que ha logrado contener más que en ninguna otra región el avance del coronavirus, sostiene: “Temo que en Italia falta la cultura para afrontar epidemias”. El profesor Bucci constata que “los médicos no están preparados porque hace generaciones que en el mundo no se ha visto un epidemia como esta”.

El gran riesgo es que el alto número de personal sanitario infectado hace ralear las filas de los que combaten en primera línea al virus. Por eso están siendo convocados miles de médicos y enfermeros, frescos de laurea, e Italia pide ayuda a otros países. Ya han llegado grupos de médicos de Cuba y Rusia. Se esperan otros pero no de Europa, ocupados como están en sus propias epidemias del virus.

Religiosos católicos confinados: “Rezamos, nos enfermamos y morimos"

También el mundo católico está siendo afectado por la epidemia. Son más de sesenta los sacerdotes y las monjas muertos desde el comienzo del brote. En Bérgamo, ciudad de sólidas raíces religiosas, donde muchas familias tienen un cura o una religiosa entre sus miembros, suman ya 24 los fallecidos.

Entre las monjas, el último caso es el del convento de Tortona de las Pequeñas Hermanas Misionarias de la Caridad, de la familia de don Orione. Cinco de ellas murieron, incluida la madre superiora Ortensia Turati de 88 años, y 41 han sido transferidas, contagiadas por el coronavirus, a otras estructuras. También el padre confesor Cesare Concas, de 81 años, falleció el viernes pasado.

La historia más trágica es la de la “casa”, la sede internacional de los padres Saverianos en Parma, misioneros que han vivido decenas de años en África, Asia, América Latina, y son ahora reacios a pedir ayuda después de haber pasado la vida brindándola a los demás.

Están contagiados del virus y desde hace dos semanas casi todos los días muere uno. Son ya trece los fallecidos. El padre Rosario Giannattasio, superior, informó que han decidido aislarse “para no tener contactos y poner en peligro a los otros, que están fuera de nuestros muros”.

Por un ascensor les llega la comida. “Comemos a dos metros de distancia uno del otro”, explica el superior. Pero todos están contagiados por el virus. “Rezamos, nos enfermamos y morimos. Pero ahora alguien debería venir a ayudarnos”.

Una docena de los misioneros ya no pueden abandonar el lecho. “Nos falta el oxigeno, no respiramos. Ninguno se ha hecho un examen médico, pero sabemos que es la epidemia. Solo dos fueron a un hospital. Los otros seguimos aquí, hasta el final”. (I)