La narcoviolencia les arrebató a sus seres queridos. Hace un año, Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, integrantes de un equipo de El Comercio, llegaron a Mataje, en Esmeraldas, para reportar los hechos violentos en la frontera. Fueron asesinados por hombres de alias Guacho.

Los familiares exigen al Gobierno el esclarecimiento de los hechos, de saber detalles del manejo de la crisis, quieren respuestas sobre por qué no fue posible una liberación.

En sus casas, los evocan con amor, muestran algún recuerdo y hablan de sus aficiones. A la víspera de su visita el viernes a Mataje, parientes de los comunicadores los recordaron. (I)

Publicidad

Galo Ortega, padre de Javier

‘Ya es un año, no se hace nada, esa es la impotencia’

Fotografías de connotados futbolistas del FC Barcelona de España destacan en la habitación de Javier Ortega Reyes. Quería escribir un libro sobre la estrella Lionel Messi. También sobresalen medallas ganadas en la carrera Quito-Últimas Noticias y una nota escrita por él a fines de febrero del 2018 sobre la violenta situación de Esmeraldas.

En su dormitorio quedó su perrita Pancha, la mascota que le trajo Mariana, su mamá, y que según Galo, su papá, ya no quiso comer al extrañarlo. Javier, o Juanito, tenía 31 años. Era el tercer hijo.

Publicidad

La narcoviolencia les arrebató a sus seres queridos. Hace un año, Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, integrantes de un equipo de El Comercio, llegaron a Mataje, en Esmeraldas, para reportar los hechos violentos en la frontera. Fueron asesinados por hombres de alias Guacho.

Los familiares exigen al Gobierno el esclarecimiento de los hechos, de saber detalles del manejo de la crisis, quieren respuestas sobre por qué no fue posible una liberación.

Publicidad

En sus casas, los evocan con amor, muestran algún recuerdo y hablan de sus aficiones. A la víspera de su visita el viernes a Mataje, parientes de los comunicadores los recordaron. (I)La familia emigró a España en 1998. En ese país, Javier finalizó el bachillerato, pero la universidad la quiso seguir en Ecuador. Su padre se quedó en Europa y a los meses le envió una cámara y una grabadora.

Ya junta la familia en suelo patrio, Galo solía abrazar a su hijo y darle la bendición como despedida en sus viajes por trabajo. El domingo 25 de marzo no pudo hacerlo porque estuvo enfermo. Al día siguiente, lo llamó, pero él no contestó. En horas de la noche le informaron del secuestro.

“Hay culpa del Estado (...). Nos hemos enterado por las redes sociales y por las autoridades colombianas. Las autoridades ecuatorianas, nada, ya es un año y el Gobierno no hace nada, esa es la impotencia”, menciona Galo.

Refleja impotencia y rabia. “Simplemente el Gobierno tenía que acceder a lo que pide mi hijo (en un video) del intercambio de los tres presos que tenían...”, expone.

Publicidad

Galo anhela la verdad y que se haga justicia. “Ellos fueron a cumplir su trabajo, a ganarse el pan, a cumplir con su deber (...), yo tengo que seguir luchando...”, determina.

El gusto por el atletismo no termina con Javier. Galo lo retoma. Prevé participar en la próxima Quito-Últimas Noticias, y es posible también se sume Pancha, que tiene su propio chaleco de color verde en el que resaltan las fotografías de los tres periodistas que ya no están, pero cuyo recuerdo no morirá. (I)

Guadalupe Bravo, madre de Paúl

‘Estoy esperando que regrese’

Minolta, Polaroid o Kodak son las marcas de algunas de las 68 cámaras que Paúl Rivas coleccionaba y que había traído de varios países. Su mamá, Guadalupe Bravo (75 años), mandó en diciembre del 2017, cuando él estaba de viaje en Argentina, a hacer un mueble para los aparatos.

“El ‘museo de las cámaras’ es un espacio para darle valor a su carrera”, mencionó la mujer.

Paúl atesoraba la cámara que su papá Ángel usó en su fase de periodista. Además era un fanático del Hard Rock Café. En su dormitorio se pueden apreciar fotos de su equipo favorito: la Liga Universitaria de Quito. Sus múltiples trabajos están repartidos por la habitación.

Rangazu era su apodo. Ni su hija Carolina, de 22 años, ni su hermano Ricardo saben el significado del término. Ella lo recuerda como un soñador, aventurero, alegre, chistoso. Comentó que en la despedida antes del viaje a Esmeraldas pudo abrazarlo y desearle que le vaya bien. “Hubiese querido darle un abrazo más fuerte, decirle que lo amaba”, expresó.

Carolina rió al recordar que le decía “Cuerdita con nudo”, por alto, flaco y con panza.

Paúl vivió con su mamá por 18 años, al separarse de su pareja. “Hasta el día de hoy estoy esperando que regrese”, dice doña Guadalupe, quien se pregunta por qué en la camioneta de El Comercio había chalecos antibalas. “Qué hubo, qué sabían, a qué peligro se enfrentaban...”, cuestiona.

Ricardo describió a su hermano como extrovertido y amiguero. Piensa que le ocultan información a las familias.

“Es indignante saber cómo hay un ocultamiento, de no querer llegar a esclarecer la verdad”, dice y agrega que la nueva fiscal general, Diana Salazar, daría un nuevo aire a la investigación.

Destaca la exposición de fotos de Paúl en la sede de la Organización de las Naciones Unidas. Dice que ahí apreciaría su sensibilidad en derechos humanos. (I)

Cristian Segarra, hijo de Efraín

‘Era padre para sus compañeros’

“El trabajo nos llama, un abrazo”. Fue el último mensaje de Efraín Segarra (59 años) en una red social. Se refería al viaje a Esmeraldas junto a sus compañeros de El Comercio.

Tomar fotos o hacer selfies era una de sus aficiones. En una se lo aprecia con su hijo Cristian, cuando este último se desplazó a Brasil en el 2014.

Cristian Segarra (31) evoca los días de angustia. “Nadie está preparado para un hecho así”, reflexiona antes de cuestionar cómo manejó el Gobierno el tema. “El ministro del Interior de entonces, César Navas, nos mintió diciendo que desconocían quiénes eran, quiénes los habían secuestrado, desconocían prácticamente a Guacho. Pero ahora sabemos que desde noviembre del 2017, la Policía tenía ya un perfil del grupo, sabían quiénes eran, chateaban con ellos...”, expresa.

A su papá lo recuerda como sencillo, humilde, comprometido con su trabajo. “Era un padre también para sus compañeros”, dice y agrega que en casa gustaba de cocinar para la familia y de disfrutar de la salsa.

Cristian busca justicia, cambios en el sistema. “Me ha acercado al dolor que sienten miles de familias, por ejemplo, de desaparecidos, que son víctimas de las mismas mentiras, de los mismos engaños” del sistema.

Critica que supuestamente la Fiscalía mantenga la teoría de que los tres comunicadores se pusieron en riesgo en Mataje cuando habían sido alertados por militares; de que el secuestro no se dio en Ecuador, sino en Colombia y que en ese país se perpetró el triple asesinato.

Cristian espera el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que sería entregado a finales de este mes. Dice que si bien el documento no señala culpables, sí aportaría información respecto a cómo se han llevado las investigaciones.

La camioneta azul, marca Mazda 2200, que conducía su papá es ahora de Cristian. Él dice que aún no concluyen las pericias al carro porque supuestamente Criminalística no tiene el equipo necesario. (I)