La era digital ha transformado el mundo en el que vivimos. Para la infancia esto no es la excepción. Uno de cada tres usuarios de internet de todo el mundo es un niño, y los jóvenes representan el grupo de edad más conectado, según el portal Unicef, en un informe del 2017. Sin embargo, es contradictorio que millones de niños en el mundo se encuentren aislados de la tecnología. 

A la misma velocidad a la que se desarrolla la tecnología digital, aumentan los peligros a los que se enfrentan los niños cuando se conectan: desde el acoso cibernético hasta el uso inadecuado de información privada, la explotación y el abuso sexual en línea.

Para este organismo, a nivel mundial: 346 millones de niños no tienen acceso a la tecnología digital. Casi 3 de cada 5 niños de África no están en línea, en comparación con 1 de cada 25 en Europa. 

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Existe una gran necesidad de hacer de internet un lugar más seguro para los niños y, a la vez, de ampliar el acceso a la tecnología digital para cada niño, especialmente para los más desfavorecidos.

Niños del mundo en era digital

Camerún

En Camerún, el acceso a la educación de calidad –que incluye el acceso a internet– supone un desafío. La violencia en la República Centroafricana y Nigeria, dos países vecinos, ha llevado a que más de 300.000 personas se hayan refugiado en Camerún. Al mismo tiempo, más de 300.000 cameruneses han quedado desplazados, de los cuales dos terceras partes son niños.

La mayoría de los niños desplazados viven en zonas aisladas y no se benefician de un aprendizaje de calidad similar al de quienes viven en zonas urbanas; especialmente, del aprendizaje digital.

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En caso de que cuenten con acceso a algún tipo de educación, es posible que estos niños sepan qué es internet, pero no sabrán utilizarlo. Como consecuencia, la brecha digital se acentúa y los niños que están en riesgo tienen aún menos posibilidades de mejorar su situación.

Sin embargo, hay razones para ser optimistas. Al conectar a los estudiantes y las escuelas aisladas a la tecnología, una nueva iniciativa ha comenzado a tender un puente a esa brecha, empezando por quienes más los necesitan, en el norte de Camerún.

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India

La India es un lugar en el que la brecha digital pone de manifiesto los grandes abismos de su sociedad. En todo el mundo, un 12% más de hombres que de mujeres usaron internet en 2016. En la India, solo un 29% de los usuarios de internet son mujeres: la proporción no llega a una de cada tres.

Hace dos años, cuando un amigo de Vikas Gupta le preguntó: “¿tienes Facebook?” Vikas le mintió: “sí”.

Vikas, niño indio, cuenta su experiencia desde que usa internet. Atrás, su hermana Kritika. (Fuente:Unicef).

Como muchos niños que viven en el este de Goregaon, un suburbio de bajos ingresos de Mumbai, la ciudad más grande de la India, Vikas se crio con una conectividad limitada en la casa de cemento de su familia. Cuando su amigo trató de añadirlo en Facebook, Vikas nunca había usado internet.

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Pero sentía curiosidad. Comenzó a buscar una conexión a internet donde y cuando podía. Dos meses después, ya estaba enganchado. Se hizo una cuenta de Facebook y comenzó a añadir amigos rápidamente.

“Parecía algo que ocurría en un mundo distinto”, asegura Vikas, que ahora tiene 17 años. “Yo estaba muy contento porque quería usarlo [el internet] cada vez más y dejarlo todo…todo lo aburrido…solo para dedicarme a eso”, explica.

Ahora, Vikas tiene dos canales de Youtube, tres cuentas de Facebook y miles de amigos. Para conectarse a internet utiliza el antiguo teléfono de su hermano, va a cibercafés y se conecta a redes wifi gratuitas siempre que encuentra una.

“Tengo un canal de YouTube, se llama ‘Loco por la tecnología’. Lo empecé con mi amigo y nos dedicamos a enseñar a la gente a arreglar sus teléfonos”, dice.

La historia de un Youtuber en la India. 

Moldavia

En Moldavia, donde la pobreza acrecienta la distancia física, los avances en la tecnología digital han ayudado a una adolescente a crear un vínculo más fuerte con su madre, que vive y trabaja en otro país.

Una noche fría de octubre, en una aldea a las afueras de Chisinau, la capital de Moldova, Gabriela Vlad o “Gabi”, de 17 años, está sentada de mala gana en una silla situada en un rincón del comedor de su vecina. Frunce el ceño al mirar su teléfono. Después de un largo día, estaba deseando ver a su madre, pero parece que estará difícil.

En la mesa, su padre, su hermano y sus vecinos se ríen juntos delante de un guiso de carne y polenta y vino casero. Estos encuentros se han convertido en una tradición para las dos familias, que se han unido mucho en los últimos años. La madre de Gabi, Svetlana, suele participar en las cenas por Skype o Viber, pero hoy la conexión es lenta. Es un problema frecuente entre las 20:00 y las 21:00 horas en Moldova, cuando familias como la suya tratan de conectar con los familiares que viven fuera.

Gabi está atenta al teléfono conforme la cara pixelada de su madre parpadea en la pantalla y termina siendo sustituida por la oscuridad. Rápidamente, dejan la videollamada y hablan por teléfono. Juntas, se sientan a la mesa al tiempo que el padre de Gabi, su hermano y los vecinos se unen a ellas para ponerse al día con Svetlana e incluirla en la conversación. Parece como si estuviera ahí.

Para Svetlana y Gabi, esta es solo una de las varias veces que hablan a lo largo del día mediante aplicaciones como Viber. La suya es una relación a distancia de madre e hija: Svetlana está trabajando en Alemania desde hace unos cuatro años.

Aunque su relación podría resultar extraña en muchas partes del mundo, en Moldavia se ha convertido en algo habitual.

Gabriela (Gabi) Vlad, de 17 años, y su padre, Ion Vlad, le envían un mensaje a su madre Svetlana antes de iniciar la escuela y el trabajo en la aldea de Porumbeni, Moldavia. (Fuente: Unicef).

 

La necesidad de adaptarse a una nueva dinámica familiar

Gabi tenía seis años cuando su madre se fue por primera vez de casa para trabajar en Italia. Ella acababa de empezar la escuela elemental y su hermano pequeño, Mihai, tenía tres años.

“Recuerdo el día antes de que se fuera mi madre; mi padre preparó la mesa y cenamos un pastel tradicional de queso. Mi padre dijo: ‘cenen bien, porque su madre se irá pronto y esta va a ser la última vez que comerán una buena comida’”, cuenta Gabi riéndose.

Gabi recuerda vagamente hablar con su madre por teléfono mientras estaba en el extranjero.

“Eso de la tecnología era difícil por aquel entonces. No usábamos computadora. Lo único que teníamos era una tarjeta SIM con 20 euros, que era el límite mensual”, dice. Ella y el resto de la familia solo podían hablar con Svetlana los fines de semana, el sábado, y disponían de un máximo de 10 minutos para hablar todos.

Svetlana regresó un año y medio después, sin haber podido ir a visitarlos en todo ese tiempo.

“Cuando volvió, fue un momento maravilloso para mí. Lo recuerdo con muchísima alegría”, dice Gabi. “Pero para mi hermano fue raro, porque era muy pequeño. Le preguntó a mi madre: ‘¿cuándo vuelves a tu casa?’”. (I)