Esta ocupación u oficio que mucha gente evita mencionarla, también se encuentra ligada con la historia urbana guayaquileña y es imposible que pase inadvertida cuando se emprende en el rescate integral de la memoria de la ciudad-puerto, sujeta como cualquier otra del mundo a los obligados pasos del desarrollo y el logro de la total evolución.

Cuando en la urbe no se contaba con los modernos carros actuales que de manera rápida dejan listos y libres de suciedad los desagües y cañerías obstruidos de las casas o edificios, los propietarios de estos últimos tenían que contratar de manera urgente a los ‘destapadores’ para que hicieran esta labor bastante sucia, pero necesaria en favor del ambiente y salud del vecindario.

Armados de largos pedazos o ‘latillas’ de caña guadúa, preferiblemente verde, y teniendo en su boca un cigarro o cigarrillo encendido para contrarrestar el mal olor proveniente de la caja e incluso haciendo esporádicas ‘buchadas’ de aguardiente, el ‘destapador’ introducía la caña en la tubería y con varios movimientos constantes lograba que desapareciera el objeto o materia extraña que impedía el normal correr de las aguas servidas.

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Esta ocupación ha decaído por los métodos modernos de limpieza, pero las pocas personas que lo ejercen también han introducido cambios en sus herramientas, pues en lugar de la caña emplean tubos de plástico que ofrecen mayor movilidad; también los de hierro que se empatan unos con otros a cierto tramo y no se estropean ante algún material que puedan encontrar en el camino.

Un conocido lugar donde se congregan algunos ‘destapadores’ de desagües esperando a quienes requieren sus servicios es la calle Colón, de Pío Montúfar a Pedro Moncayo. Este es un oficio que está a punto de extinguirse, como el del abromiquero, el tapahuecos o soldador de ollas, cacerolas y bacinillas, entre muchos otros que hubo y que se los recuerda en la querida metrópoli. (I)