‘El cuento del cuarto oscuro’, por el título pensarían que se trata de un cuento de terror que les voy a narrar; sin embargo, me voy a referir a una “metodología”, que por cierto para nada lo es, y que utilizan aún en esta nueva era de aprendizaje y tecnología algunos docentes, solo para lograr que sus estudiantes “alcancen el comportamiento deseado”.
Llegó mi hijo a la casa con la novedad de que “la miss” –la señorita, la profesora– le había contado un cuento de un cuarto oscuro.
En repetidas ocasiones mi hijo me preguntaba si en su escuela hay cuartos oscuros, yo al escuchar esto y por la experiencia docente que tengo, inmediatamente capté y deduje que “la miss” le había dicho eso para atemorizarlo; los motivos hasta el día de hoy los desconozco.
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¿Por qué asustar a un estudiante si vivimos en una época donde el reto de una educación inclusiva con énfasis en la atención a la diversidad prácticamente es una realidad; si en nuestra Constitución se habla de una educación con calidad y calidez; si en el (PNBV) Plan Nacional del Buen Vivir se contemplan objetivos que marcan un cambio favorable de una revolución cultural e histórica de nuestro país?
¿Quiénes están fallando?, ¿será que aún existen docentes sin vocación, sin metodologías pedagógicas que contribuyan a la formación de seres humanos?, y en vez de tener una visión de igualdad, de inclusión y de equidad social, aún practican una pedagogía tradicional con una concepción de “educación bancaria”, donde la calidad de la educación se mide en cuestión de cantidad (Paulo Freire, 1970); y donde el maestro tiene el poder absoluto con verdades únicas e inamovibles.
Es bueno meditar para saber qué tipo de docentes somos y qué prototipo de estudiantes o de seres humanos nosotros queremos formar, considerando y dando relevancia a los niños que aprenden como seres pensantes con sentimientos y emociones; y que a más de estar ávidos por aprender, necesitan que los respeten, los comprendan; pero sobre todo que los toleren y los acepten como seres únicos que son.(O)
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Lorena del Carmen Bodero Arízaga,
Máster en Educación Superior, Daule